miércoles, 26 de mayo de 2010

El erizo y el zorro. Rodolfo Arango

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Opinión| 5 Mayo 2010

El erizo y el zorro
Por: Rodolfo Arango
A UNO DE ESOS SERES HUMANOS QUE nacen muy rara vez se le ocurrió clasificar a pensadores y escritores según dos clases antagónicas: los que relacionan todo según una visión central o principio organizador que guía su actuar, pensar y sentir de forma más o menos coherente, simbolizados por la figura del erizo; y aquellos que persiguen fines múltiples y diversos, a menudo contradictorios, que son variables y se acomodan a experiencias y objetos diversos sin intentar mantener una visión interna unitaria e invariable, representados por el zorro. El mismo autor de tan artificial dicotomía se atreve a colocar en el primer grupo a personalidades como Dante, Platón, Dostoievski, Nietzsche o Proust, mientras que en el segundo grupo incluye a Shakespeare, Aristóteles, Pushkin, Goethe o Balzac.
En su célebre ensayo Isaiah Berlin nos recuerda también el verso “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa” del poeta griego Arquíloco, cuyo sentido acaso signifique que el zorro, pese a su astucia humana, es derrotado por la “defensa única” del erizo. El relato viene a la mente en las actuales circunstancias nacionales que prometen crecer en intensidad y dramatismo en las próximas semanas.
El erizo —paciente, perseverante, firme— muestra la virtud de trazar un camino recto y discernible para todos. Su naturaleza mansa no debe confundirse con ausencia de anticuerpos contra el mal. Su debilidad está, para algunos, en su lentitud y parsimonia, malas cualidades en tiempos de guerreros y desafíos existenciales. Las ventajas y desventajas del erizo prefiguran la estrategia del zorro, sinónimo de astucia, cambio y avidez. Bastaría al maleable vulpino captar la monotonía y rigidez de su contrario para proyectar un escenario variopinto, multiforme y amenazante que desoriente y exponga a los amantes de la armonía y la unidad. Ya viene corriendo su pastor mayor a dirigir el rebaño, con la inteligencia proclive a la oscuridad.
Toda la contienda simbólica esbozada se resolverá pronto con la decisión de una comunidad política voluble e inquieta. En juego está mucho más que una simple batalla de símbolos y signos, de mensajes codificados o subliminales, entre expertos semióticos que experimentan con las emociones de un pueblo. Se trata de una etapa de transición del estado guerrero a un estado de civilidad. ¿Estamos preparados para abandonar las leyes naturales que favorecen al más fuerte y regirnos por leyes humanas? Sectores acostumbrados a abrevar en realidades anómicas no ven con tranquilidad el tránsito social a la legalidad. Sus instintos los invitan a seguir pulsiones gregarias, donde la identificación familiar, grupal o gremial los blindaba en el pasado de las crecientes demandas de democratización inconvenientes a sus intereses. Otros sectores inconformes, amantes de la protección jurídica, buscan sustituir el modelo de un gobierno de hombres por uno de leyes.
De Bolívar a Santander, del zorro al erizo, la historia parece cerrar el círculo para repetirse de nuevo. De concretarse este previsible escenario, sería ocasión para celebrar, sin excesivas ilusiones, un cierto movimiento de progreso, donde la razón vence momentáneamente a la irracionalidad y la esperanza se impone sobre el miedo. Será la voluntad del pueblo colombiano la que sepa escoger en estas circunstancias entre una y otra alternativa, para que se cumpla o no la fábula de Arquíloco.
Inescrutables son los destinos personales ante la incierta y caprichosa fortuna. Pero una mentalidad prudente y virtuosa conviene más a la comunidad política que la cambiante y mimética. ¡El erizo o el zorro, esa es la cuestión!

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