martes, 7 de julio de 2009

Bienaventuranza de las presencias

Las bienaventuranzas de las presencias

Que las alegrías y la paz, que se encuentren y se prodiguen al pasar este umbral,
no permitan que se olviden las Presencias:
De quienes no tienen a nadie que los espere,
que los escuche con paciencia
y ya casi se han acostumbrado a que se les desconozca y se les cierren todas las puertas;
de quienes no quisiéramos estar cerca, a quienes evitamos e ignoramos
y olvidamos sus nombres;
con quienes discrepamos en moral, en criterios y en las culturas,
y que merecen nuestra atención, consideración y respeto;
de quienes son tratados como convidados indeseables en sus propias casas
y como forasteros en su tierra;
de quienes se estigmatiza, a quienes se les ha impuesto la insignificancia
y que sólo les pertenece el desarraigo y allí donde acampan llevan la periferia;
de quienes les cuesta imaginar que haya otros seres más pobres que ellos
y aún comparten aquello, que para no desfallecer, les hace falta;
de quienes al momento de servir no han sido ni serán invitados a la mesa;
de quienes se ufanan de estar hartos, satisfechos, sanos y salvos;
de aquellos que no precisan de un consejo, de una crítica, de un favor;
de quienes si acaso asistieron a las lecciones de la vida y van uncidos al destino y a la fatalidad;
de quienes propagan la ignorancia y se imponen a los gritos;
de quienes humillan a quien reconoce el error, la flaqueza
y aplastan a quienes profieren disenso y duda;
de aquellos para quienes la libertad es una burla y una mueca;
de quienes con frecuencia reciben noticias tristes y la visita del desconsuelo;
de quienes conviven en medio de los conflictos, la maldición y la guerra y son justos y sufrientes;
de todos aquellos que sin ser reconocidos se empeñan cada jornada
para proporcionarnos salud, vida y contento;
de quienes hicieron méritos para no ganarse la ingratitud, quienes fueron generosos y nobles
y, no obstante, lentamente estarán avocados al pasado y al olvido;
de todos aquellos que se gastan y no se cansan de estar al servicio de los otros
y su gozo y satisfacción están en la gratuidad;
de quienes sin renunciar a las incoherencias, a ser vulnerables,
dan la vida por defender las causas infaustas de la dignidad perdida;
de quienes son capaces de convertir debilidad en fortaleza; frustración en resistencia;
desengaño en aliento; desdicha en alabanza; ofensa en perdón y dulcedumbre.
de quienes no recibirán los besos añorados (César Vallejo);
de quienes no conocerán la prosperidad de sus hijos;
de quienes no recogerán las cosechas de sus siembras ni atisbarán la tierra prometida;
de quienes son protagonistas desesperanzados, desahuciados, de sus postreros instantes y días.
Que el tiempo y el espacio y los objetos simples de esta casa se transformen en una liturgia
para convocar, reencontrar y reconciliarsus historias, sus nombres, sus rostros
y sus ojos bien abiertos, para mirarnos con devoción en ellos.
Que así también se avive la memoria bendita de quienes fueron con nosotros tan buenos
y aunque ausentes, aunque nos hayan precedido, en la ‘Comunión de los Santos’,
prestos acuden al llamado del afecto y custodian los pasos de sus seres queridos.
Entonces sí, que aquí y ahora sea el cruce de caminos, la morada del regocijo y el sosiego,
para quienes al llegar y al partir ya nos habitan por dentro;
con quienes nos sentimos soliviados
y el lenguaje y hasta el silencio, son de mutuo respeto;
para quienes nuestro elogio a flor de labios es preciso y sincero,
ni el fruto de la adulación ni el de la benevolencia;
para quienes sin habérnoslo propuesto están siempre preparados y francos
el mirador al alba, el patio del aljibe al meridiano y las alcobas del conticinio.
Qué contradicciones, qué paradojas y qué milagros. Así es la vida:
Las presencias de los unos no las podemos comprender sin las presencias de los otros.
Habrá que estar lúcidos y despiertos para que las presencias de todos,
las de los unos y las de los otros, infaltables, lleguen a ser todas teofanías verdaderas.
Habrá que dar gracias por las presencias que no nos dejan tranquilos,
que nos acechan cuando todo es regalado y risueño;
por aquéllas que no nos dejarían conciliar un ligero duermevela,
si en realidad nos asistiera una transparente conciencia.
Y cómo no agradecer esas otras presencias, las de aquellos para quienes se encienden las velas;
junto a quienes las cuitas son llevaderas, las bregas son pasajeras y un abrazo es una fiesta.
Gracias por todas las presencias. Celebremos las presencias.

¡Entonces sí, que sean bienaventuradas todas las presencias!



Del libro Palabras de pan duro. Andrés CN.

Santa Ana del “cielo nuevo y la tierra nueva”, de los Gentiles de Mambré

Presentacion libro Palabras de pan duro, ADCN

Medellín, 2 de julio de 2009
Señoras y Señores,
Profesor Javier Domínguez,
Juan Fernando Orozco, Director Librería Interuniversitaria,
Amigos todos, paisanos y la gente de la casa:
Qué bueno estar reunidos con ustedes esta tarde y también traer la memoria de los ausentes que quisiéramos que nos acompañaran. Agradecer agrada. Cómo les agradezco que hayan respondido a la invitación. Creo que mi papá y mi mamá están muy contentos. Esto es una celebración de verdad y la estábamos esperando.
Por una parte, hay que decir que les debo mis palabras, porque es hora de volvernos a ver y saber quiénes somos y qué estamos pensando. Pero, por otra, en la presentación de un libro, quien lo escribe debería permanecer callado; porque precisamente está entregando un producto que antes fue pensado y escrito como una reflexión para compartir, tal vez con interlocutores cercanos y también con los desconocidos que se aproximan a través de las redes del lenguaje. Pero es un hecho, sin ustedes, sobre todo sin los próximos, yo sería un viandante mudo; mi trabajo se justifica si puedo abrir una puerta para el diálogo, la confrontación y el intercambio de ideas.
De verdad, con muchos de ustedes me unen lazos entrañables, de afectos, de trayectoria de vida. Qué maravilla, poder avivar la amistad y afianzar las empatías; pero la novedad y el reto es proponer nuevas redes, códigos, símbolos. Cuando se conversa ya no sólo sobre lo hablado sino sobre lo escrito y lo leído, se producen transformaciones en la manera de relacionarnos, de pensar, de ver el mundo. A veces somos primarios y reaccionamos con aspereza, con emotividad, en forma irreflexiva. En cambio al escribir nos damos una pausa para pensar mejor, para recapacitar y para enfrentarnos aún con los adversarios con tino y sin tanta soberbia. Cuando escribimos por lo menos tenemos que escucharnos a nosotros mismos, y tal vez esto nos prepara para atender a los otros, para dejar que ellos se expresen, antes de precipitarnos con nuestros discursos y nuestras pretensiones de lucimientos. Es ésta una racionalidad no instrumental, que se vierte en oraciones y silencios, en argumentos, que cimienta la civilidad y que tiene el don de la creación.
Si alguna parte quisiera resaltar es ésta, hay que diferenciar entre un debate de morales, esto es, una ética, y el enjuiciamiento, el señalamiento moralizante.
También hace falta auspiciar el consenso, que en muchas circunstancias supone avanzar en los conflictos; pero hay que tener mucho cuidado con la opinión de las mayorías. Lo que todos consienten no necesariamente es un criterio de sabiduría. Si se trata de propender por una moral objetiva, la objetividad no tiene nada que ver con los acuerdos, el acuerdo cuando más llega a una cuasi moral. El asunto está en cómo universalizar las normas, cómo pensar en nuestros problemas particulares y tratar de decidir, libremente, de tal manera que nuestra resolución pudiera ser la misma que tomara el otro, cualquiera, en otras circunstancias. No estamos diciendo nada distinto de lo que ya propusiera Kant.
Pero, aquí, entre nosotros, hay que afirmar que presentar un libro de ética no puede ser una frivolidad, porque implica tomar posturas y asumir compromisos. Si nos preocupa que las normas no sean circunstanciales, que cada quien acomode su parecer y pueda abusar del poder; si queremos una moral que no sea absoluta, totalitaria, pero sí universalizable, objetiva, o como dice Tugendhat, del respeto universal; de la misma manera nos tenemos que ocupar de los cambios de las costumbres, de los choques entre las culturas, de los enfrentamientos de las generaciones y de los migrantes, de los desplazados. Como ya está consignado en el Evangelio, por encima del precepto del sábado, de la ley y de la tradición, está el hombre. Hay pues una tensión permanente, entre: la universalidad y el cambio; entre lo absoluto y lo relativo, que tiene una vigencia indiscutible; que desborda las religiones, las democracias, los gobiernos y la vida de las urbes, la civilidad. De esto trata el libro y este encuentro y esta celebración también tienen que ser coherentes con la realidad circundante, con los dolores de los demás, con la injusticia reinante. De otra forma, este texto no pasaría de ser una novedad más de librería.
Puede sonar disonante. Dirán, pero a qué viene esto. Es algo más real y más concreto de lo que se imaginarán muchos. Nos convoca la academia, hemos tenido una velada memorable y todo transcurre en armonía. Sin embargo, si somos francos y queremos ser decentes, tenemos que reconocer que nuestro regocijo, nuestra tranquilidad, nuestra seguridad, están plantados sobre la carne de muchos muertos. Está ciudad está preciosa, hay prosperidad y lujo, pero hay también un olor de descomposición. No se trata de moralizar, se trata de dejar al descubierto verdades incómodas, que al parecer nos podrían aguar la fiesta. Todos tenemos parientes asesinados y mientras no los sintamos cercanos, mientras no los asumamos como parte de nuestra familia, aquí no va a haber paz.
Para terminar, y volviendo la página a lo más amable, quisiera detenerme en recuerdos personales. Pero no para quedarnos en el pasado, porque hay que plantarnos en el presente y mirar lejos. Los libros tienen que ser escritos para ser leídos en la posteridad, si de verdad valen la pena. No es posible llegar solos a la producción de un texto, además, es conlleva una lenta germinación; realmente somos remeros de relevo. Detrás de mí y con una estatura impresionante hay una abuela maestra, un abuelo médico. No quisiera ser ingrato con otros antepasados que tuvieron sus méritos, también ellos era importantes en los rezos, en las cartas, en la cercanía a los versos y a la música, todo esto construye un alimento imprescindible para cualquier empresa.
Pero simplemente quisiera hacer énfasis en la importancia de la formación, en los milagros que produce el acceso a la lectura, a la enseñanza. De pronto, en un medio en el que no abundan escritores, la presentación de un libro sea un evento. Pero qué bueno pensar en la resonancia que pudo tener una mujer formada como normalista, que saliera a trabajar en la ciudad y en los campos, que le ofrecía nuevas perspectivas a todos los de su casa, en el año 20 del siglo pasado (en ese año era una muchacha muy bonita de apenas 16 años). Así mismo, podríamos pensar en las dificultades que enfrentara un estudiante de medicina que no tenía libros traducidos del francés al español, que estudiaba en universidad pública y tenía que estudiar duro para hacerse acreedor a las becas de honor. Este ejercicio, hecho ahora en primera persona, lo podríamos hacer todos, en cada familia, en cada pueblo: repasar quiénes vienen atrás; cómo crecieron, qué produjeron en la cultura y en el pensamiento; cómo se produjeron condiciones de modernidad; cómo se ampliaron las posibilidades de trabajo, de realización, de reconocimiento y de visibilidad; para ver si podemos tener otro horizonte, otras prioridades, otras culturas, que no estén tan marcadas por el pragmatismo, la acumulación y el lucro ‘incesante’. Los libros, si para algo sirven, es para darle posibilidad a otros mundos, a nuevas costumbres y a vidas mas vivibles.
Es posible que estemos avocados al olvido, como en el libro de Abad Facio Lince (quien a su vez cit a Borges), pero, más allá de las personas nos hacen falta los productos de las culturas, los signos, y también las memorias. Éstas, aunque sea en forma de relatos, son muy necesarias, porque no dejan que todo se diluya en el tiempo, o porque re-crean versiones diferentes y críticas de una historia que quieren imponernos como cierta, completa y única.
El libro es un producto cultural maravilloso, porque podría subsistir sin su autor, sin darle créditos a nadie. Es una gramática que se activa con cada nuevo lector. Para una persona que se ocupa de dejar párrafos, que insiste en que sus palabras no desaparezcan, es el mejor regalo, es un milagro que otro desconocido lea, que en el interior de este posible interlocutor con-suenen, o sean reconocidas por sus ojos y hasta por sus dedos, las palabras, las oraciones; y más todavía, que están frases le susciten nuevos pensamientos, reflexiones, diálogos, críticas, y, por qué no, conflictos y angustias.
En este país, en medio de tantas guerras inútiles –guerras que todos pagamos, que a casi todos nos empobrecen y sólo a muy pocos enriquecen, y a todos por igual nos hacen indignos-, en estas circunstancias, una palabra, y más una palabra escrita, y todos los productos culturales, las creaciones – las pinturas, la danza, el teatro, las escenas de cine, entre muchas otras-, por lo menos median, espacia, crean un tiempo y un espacio, entre dos sujetos que pueden estar a punto de matarse. La ética, la estética, la semiótica, la política tienen que estar al servicio de la dignidad, del respeto a las diferencias, de la vida.
Sólo los humanos producimos cultura, ética, belleza y textos. Me gusta mucho la palabra ‘gentileza’, que significa tratar a los demás como si fueran gente. Pienso con sinceridad que entregarles este libro sólo busca demostrarles la gentileza, presentarles una red de lenguajes, acercarnos en las tensiones y en las dificultades y reconocernos enredados en los lazos de la vida y del pensamiento.


Andrés Calle Noreña
Medellín, 2 de julio de 2009
Paraninfo de la Universidad de Antioquia
Palabras de pan duro.

Presentacion libro Palabras de pan duro

Presentación del libro en el Edificio del Paraninfo de la Universidad de Antioquia, Plazuela de San Ignacio, el 2 de julio de 2009.
Por: Javier Domínguez Hernández, del Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia.

Me llamó mucho la atención el título de este libro, Palabras de pan duro. Sobre ética, semiótica y política, pues no me resultaba fácil reconocer la asociación entre su título, nada académico, y el subtítulo, completamente académico, ya que ética, semiótica y política son conceptos disciplinarios plenamente establecidos en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, que sólo se cultivan en la burbuja del campus universitario. Por fortuna, el último capítulo del libro, Regalos de pan duro. Una conversación con Job, nuestro contemporáneo (217-229), dio la clave para tal asociación. Se trata de las preguntas de la propia vida, planteadas y desarrolladas en los discursos habituales del diálogo académico. Job es el modelo, porque sus alegatos con Dios nacían del dolor y la injusticia que marcaron su vida, inicialmente acogida en la familia y el bienestar, luego agobiada por la ruina, la enfermedad y la exclusión, y finalmente resarcida en el seno de los suyos, pero ya con una sabiduría contenida y sin fatalidades. Quizá también es así el profesor entre sus estudiantes: tiene que quejarse, disertar y acusar, pero tiene un gran peso a su favor, si las preguntas provienen del propio sufrimiento, de los propios interrogantes. Cuando esto no ocurre, el profesor quizá logre el brillo de un expositor versado, pero difícilmente llega a ser el maestro que aprende y deja aprender en el trato con los estudiantes. En los capítulos del libro, la experiencia vital y de maestro que personifica Andrés, está presente en la frecuente puesta a prueba de la objetividad y discursividad de las teorías, con frases o pensamientos de la religión, las tradiciones culturales y populares, y en el tono coloquial en la manera de disertar sobre los asuntos. Igual que Job, Sócrates pudiera ser el interlocutor para ver en el pan duro, no sólo la dureza de la vida para ganárselo, sino también el regalo que da satisfacerse con su consumo. Con “palabras de pan duro”, si no me equivoco, lo que Andrés quiere con su libro es lograr palabras, planteamientos, que sea pan para la vida, pero pan amasado por las experiencias de la vida misma, pan duro, pero pan que reconforta y nutre.

La semiótica, la ética y la política. Aristóteles reconoció en el hecho de que el hombre tenga logos, lenguaje, que sea un animal político, y así como la política era la manera de organizar y regir la ciudad-estado, para lograr la vida buena, la ética era la consecución de este mismo fin a nivel individual, entre la familia, los amigos y los cercanos. No puedo separar esta antigua preocupación político-intelectual con la temática que Andrés aborda bajo estas tres palabras clave: semiótica, ética y política. La semiótica es el mundo del sentido que se esclarece en la interlocución, y a esa naturaleza pertenecen la ética y la política, que no son fundamentalmente normativas, sino básicamente consensuales para proponer, sobre los entendimientos, normas básicas de convivencia, si no feliz, al menos pacífica y digna. Y agregaría lo siguiente, la frecuencia con que aparece en los artículos del libro de Andrés la inquietud por la estética, no es más que la manera más humana de convivir lo mejor posible, la convivencia en sociabilidad. Asociamos casi que automáticamente la estética con el arte, pero la asociación fundamental que deberíamos hacer es la de la estética con la sensibilidad en la sociabilidad. Para vivir en sociedad, que es algo tan abstracto, se necesita la normativa de la legalidad; para vivir en sociabilidad, que es la vida del día a día, se necesita la estética, las formas del gusto, las buenas maneras. Kant, quien profundizó tanto en la naturaleza del gusto y de lo estético, puso desde el principio el lugar del gusto en la sociabilidad, en el hecho de que vivimos unos con otros, e igualmente, a pesar de que se esmeró tanto en no confundir lo estético con lo moral, -uno no puede decir que no se hace criminal por razones estéticas-, en la pragmática de su Antropología llamó el gusto la “moralidad en lo externo”.

Creo que se pueden asociar los temas del libro con la naturaleza fundamentalmente ética de la estética para la vida en sociabilidad, y como aquí se trata de su presentación y no de una reseña, permítanme referirme sólo a tres temas. 1) A la vida moderna le pertenecen las inquietudes sobre la religión, como aparece en el capítulo De ataduras y razones (11-19), pues aunque el proyecto moderno clásico se presentó como una crítica a la religión, que en su organización institucional era la gran representante del poder autoritario de la tradición, y mantenía la mentalidad de los fieles en la actitud mítica de la “minoría de edad”, punto que sigue atacando Bertrand Russel, la sacrosanta legalidad de los estados modernos no ha cambiado la naturaleza insocial del hombre. Esta insociabilidad atávica se somete más al temor de lo sobrenatural, otro temor atávico, que a los discursos de la racionalidad y la institucionalidad. Por tanto, el abandono de la religión no favorece automáticamente la legalidad, ni la moralidad, y su abandono en la cultura moderna es más una espina en el ojo que un bálsamo. 2) El hombre ante el espejo vacío (21-80). Es el capítulo más extenso del libro y desarrolla una problemática cercana al capítulo anterior. Me gusta que Andrés hable de “la transición del pensamiento” de las tradiciones plásticas figurativas al pensamiento abstracto, pues se trata efectivamente de una transición de un modo de pensar a otro modo de pensar, y no de un abandono del mito y de la imagen, donde no se piensa, a donde sí se piensa, a la prosa de la racionalidad pura. Este es uno de los grandes prejuicios de la modernidad, y una de las piedras con las que más se tropieza: o el mito de la tradición, o la norma universal. Muchas éticas antiguas han sido preponderantemente éticas del gusto y no éticas normativas, porque los tabúes regulativos estaban representados en imágenes y narraciones, y no en preceptos lapidarios, y cuando en esas culturas no existían castas sacerdotales que monopolizaban la interpretación de las imágenes y los mitos, cada quien en su pequeño clan o grupo familiar debía hacerse su propio juicio en la situación concreta. El método era la malicia o la astucia, la competencia no provenía de la escuela sino del pragmatismo que enseña la vida cotidiana. ¿Nos ha hecho la racionalidad discursiva más morales? La respuesta es negativa, pues no somos seres racionales puros sino racionalidades sensibles, racionalidades estéticas que no podemos descartar la imagen y el mito, no porque son una fatalidad, sino un origen. Con los orígenes siempre sigue habiendo posibilidad de reinicio, la racionalidad prosaica siempre tiene la posibilidad de refrescarse en ellos, de redescubrir para bien o para mal su individualidad y su subjetividad, que es con la que debe lidiar. 3) Anotaciones para una metodología de las memorias (187-215). La metáfora del vidrio, que no se quiebra ni con el primer golpe ni con el más fuerte, sino con el golpe más impredecible, pues su resistencia está en su memoria natural, es una analogía afortunada para la reflexión que Andrés hace sobre nuestra memoria, lo que debiera ser nuestra fortaleza, ante las situaciones y las historias colombianas. Pienso que es el capítulo más propositivo para la formación de lo público, una de las falencias más desafortunadas en nuestra mentalidad de colombianos. La memoria en las culturas, en los lenguajes, en la política, en la ética, en la estética, para lo cual Andrés propone una metodología y un pedagogía, redunda en la memoria decantada y con valores que permiten la crítica y la respuesta sabia y oportuna, la memoria que es la madre de la experiencia, como lo indicó Aristóteles. Esta es memoria para el futuro, que es lo que necesitamos, no memoria de registro mediático, sólo para el instante.

El gran mérito del libro de Andrés lo veo en que tercia con competencia en estos temas tan importantes en la vida universitaria y en la vida pública, pues como en todo lo humano, tenemos que hablar para pensar, una y otra vez. El pensamiento es el ámbito libre y crítico donde nadie tiene la última palabra, y todos estamos convocados a la palabra. El libro de Andrés espera en este sentido lectores interlocutores.

Calle Noreña, Andrés. Palabras de pan duro. Sobre ética, semiótica y política. Manizales, Universidad de Manizales, Hoyos Editores, 2007.

Medellín, 2 de julio de 2009
El libro puede adquirirse en la Librería Interuniversitaria, Director Juan Fernando Orozco, Paraninfo de la Universidad de Antioquia, Plazuela de San Ignacio, Medellín. O en la las Librerías Nacional, de Madellín y de otras ciudades.