lunes, 31 de marzo de 2008

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Crónica de Ituango




















Crónica de Ituango
Sepan que hay gente más allá del fin del mundo
Viaje al Nudo de Paramillo.
Antioquia-Córdoba
Diciembre de 2006. Enero de 2007
I. Itinerario.
II. Propósito central del viaje
III. Duración de los trayectos
IV. Orografía y poblamiento
V. Ecología, etnografía y conflictos
VI. Historia y nuevas búsquedas
VII. La historia apofática
VIII. Nudos y paradojas
IX. Epílogo


I. Itinerario:

Antioquia: Medellín. Don Matías. Santa Rosa de Osos. El Chaquiro. La Nueva Vía. Llanos de Cuibá. San José de la Montaña. San Andrés de Cuerquia. Taque. Matanza. El Valle. Pescadero. Los Galgos. Ituango. Quebrada del Medio. El Quindío (Escuela rural). Santa Lucía. Alto de Monos. Guacimal. San Pablo (Escuela rural, puesto de salud derruido). Cacahual. La Canturrona (Escuela rural). El Maritú. La Esmeralda (Escuela rural). La Arena. La Flecha (Escuela rural, tienda). Córdoba: Santa Rosa (Escuela rural). Agualinda. El Puerto. Juan José. Puerto Libertador. Montelíbano. Antioquia: Caucasia. Yarumal. Santa Rosa de Osos. Medellín.

II. Propósito central del viaje

El propósito central era acompañar al Padre Hugo Alberto Torres Marín, de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, actual Vicerrector de Estudios superiores de la Universidad Católica del Norte, en su visita Pastoral de Navidad, en la Parroquia de Santa Lucía, y en su correría por las veredas del cañón del Río Sucio, en el Sistema bio-geográfico del Nudo de Paramillo, entre Antioquia y Córdoba.

III. Duración de los trayectos

Enseguida se hará una relación pormenorizada de los trayectos, con sus distancias en horas medio en bestia, medio a pie. Puede resultar tediosa, por eso quien se la quiera saltar no va a perder el hilo de la trama. Por esto mismo ya se nombraron al principio todos los sitios pertinentes, con la explicación de los dos departamentos y el sentido de la ida y de la vuelta. Esta relación de trayectos sólo tiene el interés de ser una mínima guía del futuro visitante y de introducir algún cálculo en un mundo que se mantiene al margen de las previsiones y las planeaciones.

Ya llegar a Ituango es una osadía, la carretera, hasta San José ya está pavimentada, como si fuera un signo de las postrimerías y de ahí en adelante está igual a hace unos 30 años, con la excepción de un arreglo y un cambio de la carretera, con un puente mucho más arriba, en la quebrada de Matanzas, donde se encuentra el desvío para Toledo. Salimos de Medellín como a las 10 de la mañana del día 21 de diciembre y llegamos pasadas las seis de la tarde. El bus también era de último modelo de hace unos 25 años. Era un motivo de preocupación ver unas mujeres jóvenes, cargadas con niños, sentadas en el suelo, porque no alcanzaron puesto; pero después de tres horas o ellas conseguían un puesto o nos vencía el sueño o ya se convertían en parte del decorado.

Al día siguiente, sábado, en un jeep de la parroquia bajamos hasta el río Ituango y después de casi dos horas de una travesía por un carreteable incipiente llegamos a una ‘bodega’ de la Quebrada del Medio. En adelante dependeríamos de los nobles cuadrúpedos. Cuando celebramos la Eucaristía, como a las 4 de la tarde, partimos para Santa Lucía, también como a una hora y media o dos horas, bordeando una quebrada. Era ya casi la noche, hacía frío y neblina y nos preparamos para descansar. Había unas bombillas alimentadas por una planta solar, una buena acogida y un ambiente político más bien tenso. Allí estábamos en una casa cural, protegidos y cómodos; pero desde ese momento comenzamos a conseguir las claves del código para movernos en la zona. Desde allí en adelante nos internaríamos en un cañón impenetrable para la fuerza pública, con dos extremos únicos, que sirven de entrada y de salida, dependiendo del sentido en que se realice la travesía, o de bajada o de subida. En el sitio en que nos encontrábamos estábamos seguramente siendo custodiados; nos quedaba explícito que entre los pobladores aparecerían sin identificarse agentes de la subversión. Todo estaba previsto para que fuéramos conducidos por personas reconocidas en las Acciones comunales. Por lo tanto no estaríamos en condiciones de determinar las rutas, los destinos. A los accidentes geográficos se les sumaban entonces nuevos condicionantes sociales y políticos ineludibles. El Padre de Santa Lucía, con mucho carácter nos contaba, a propósito, cómo había tenido que enfrentarse verbalmente con los guerrilleros, para notificarles que ellos no tenían porque intervenir en la planeación de los horarios de las misas, de las fiestas y de las actividades de la Parroquia; que así como él los acataba, ellos tendrían que respetar su trabajo.

Madrugamos y estábamos listos para el ascenso a las cinco de la mañana. La primera hora caminábamos en la oscuridad por una senda que más parecía una acequia, entre charcos y pantanos. Cruzamos varias veces la quebrada. Vimos una casa grande abandonada y las fincas reconquistadas por las malezas. Comenzaba a amanecer, con resplandores de oro y rosicler, cuando pasábamos por las partidas para el Cañón de San Agustín.

Ya en el Alto de Monos a las 8 de la mañana, descansamos para desayunar y despedimos al compañero que nos había acompañado desde Santa Lucía, porque él conocía este tramo del viaje, que es más corto, por esta vía, pero peligroso y arisco; porque hay otro mejor trazado y menos pendiente, por Santa Ana, que se llama ‘el camino de las arañas’, pero es mucho más largo. Un compañero avezado es imprescindible para tomar la ruta más conveniente, para no perderse, para identificar por dónde se pueden vadear los pasos, para improvisar una salida en el caso de un atasco o de que se vuelva insuperable un accidente geográfico.

Después vinieron los tragadales inverosímiles y tuvimos que dejar a las mulas que marcharan solas, por saltanejas ascendentes y descendentes, por surcos estrechos entre la montaña, por un tramo largo casi siempre a gran altura, tal vez mayor de 2500 metros sobre el nivel del mar. Esto se podía constatar por el frío y la vista de altas montañas en derredor y por la vegetación impresionante de altísimos robles, encenillos, laureles y chuscales tupidos; un ambiente de intensa humedad. Ni siquiera nos imaginábamos que este lugar era un laboratorio de la vida y del agua, que rezumaba por todas las grietas y recodos.

Mas adelante iniciamos un descenso sin retorno, por un suelo de cascajos duros y sueltos, por entre precipicios y con cañadas que les exigían grandes saltos a las cabalgaduras; con troncos atravesados que era preciso superar y llegamos hasta extremos donde el camino desaparecía y entonces era necesario improvisar un atajo, entre los matorrales, en la pendiente, como en caída libre y a ojos cerrados. Alcanzamos a ver potreros abiertos y una casa de bahareque de madera como a las once de la mañana y allí una mujer íngrima y sus críos, nos recibieron con especialidad y repusimos el ánimo. Una hora más abajo nos esperaban con un sabroso almuerzo en una casita cuidada, limpia y con los únicos jardines que veríamos en muchos días. Entramos triunfales, casi a las 2 o 2 y 30 de la tarde al caserío de San Pablo. Bueno, es un decir, eran en realidad dos casas, un puesto de salud recién acabado y la escuela, junto con una pieza de maestro. Allí estaríamos tres noches y dormiríamos sólo dos, porque la primera fue la fiesta del 24.

Las dos fiestas, una en San Pablo, en Navidad y la de fin de año, en La Flecha, tenían un ambiente similar; tal vez en la segunda, la música era más variada y costeña. La de la primera era muy campesina y allí tuvieron un conjunto de cuerdas y cantantes. Como los participantes vienen desde tan lejos, se preparan para pasar toda la noche en el lugar, para comer y sobre todo beber con profusión allí; preparan sus fiambres y algunos cocinan con anticipación productos para vender, también traen cervezas y maltas en latas desde los distantes pueblos; después al otro día el problema es cómo deshacerse de tanta basura. Tampoco hay baños para tal aglomeración inusual. Además, deben disponer de un corral, de pasto y agua para las bestias. Las familias se desplazan completas, esto implica que los niños de brazos trasnochan y sufren la juerga y encoran sus llantos como un divertimento, mientras descansan los músicos o se desgastan las pilas de las grabadoras. Todos se van de claro en claro, porque ni duermen ni dejan dormir. En San Pablo encontramos unas parejitas de niños, entre los cinco y los diez años, que danzan sin descanso, con maestría, con buen oído, acompasados. Uno se imagina cómo se podría formar y promover la apreciación y la interpretación musical entre los danzantes del ballet de liliputienses.

El 26 vinieron a buscarnos, y tuvimos una travesía más descansada, de apenas dos horas y media. Primero recorrimos varias cañadas con quebradas deliciosas, un clima más temperado. Pasamos de largo por Cacahual y por unas verdaderas cornisas, cortadas en la peña y que se proyectaban, en un precipicio, hacia un río hondo y revuelto. Para terminar nos sumergimos en unos pantanales amarillos, unas verdaderas lagunas y llegamos a una cancha muy húmeda que era el recibo de entrada de la Canturrona. También descansamos tres noches muy completas y tuvimos unos aguaceros como de realismo mágico. Estábamos en una escuelita nueva de madera y ventanitas de macana y bien dispuesta, junto al cerro de Mutatá, con mucha niebla y en un sitio encerrado en montañas y más solos que verdaderos ermitaños.

El 29 salimos antes de la una de la tarde. Iniciamos con unos ascensos duros, para luego tener un declive largo y cada vez menos pronunciado. Seguimos de largo por el Mandarino. Continuamos por El Maritú, entre almendros, ceibas y palmares; y paramos a celebrar la Eucaristía en la Esmeralda. Allí había un rancho recién caído y sus ocupantes se habían trasladado a un rincón de la Escuela. El centro educativo está en muy mal estado, su mobiliario descuidado y todo está como para reconstruir. Hasta allí llevábamos unas dos horas y media. Salimos por unos senderos más planos, bordeando un río ya muy caudaloso, y comenzamos a ver fincas más abiertas, casas grandes, aunque descuidadas, los primeros cocales y algún ganado cebú. Seguimos a la Arena y por unos potreros abiertos y charcos, cuando ya oscurecía, como dos horas más tarde, casi a las 6 de la tarde alcanzamos la famosa Flecha.

¡Oh novedad!, nos esperaba un local de tienda y cantina, la primera en todos estos días. Por que hubo antes, en San Pablo, un remedo de cantina y trapiche, pero era sobre todo una casa de habitación más. Es interesante que en todo este cañón no se haya implantado el modelo eterno del paisa negociante, intermediario y cambalachero, que se lucra al hacerles llegar a las manos de los más pobres, de los insignificantes, lo necesario y lo innecesario, y sobre todo es más raro por la familiaridad que tienen con la economía ficticia de la coca. Había también allí una planta de energía, bombillas eléctricas y un televisor a todo volumen, proyectando películas de acción, en inglés. Los teleespectadores nos recibieron como ven pasar a otros artistas de la pantalla, sin pararnos bolas. Todo hay que decirlo, la regenta del negocio parecía un personaje de los grandes novelistas de la picaresca española. Tenían una caseta comunal, dos cuartos organizados y con colchonetas nuevas. Pero el agua era escasa y los servicios casi inservibles y la Escuela, que también sirvió de cocina estaba mal tenida y desordenada. Toda la escenografía estaba completa con otra casa, algo más alta y una cocina. Pero ésta no era la cocina que conocemos sino un verdadero laboratorio de pasta de coca, por demás totalmente improvisado.

El 30, en la tarde visitamos una comunidad, al frente, en la margen oriental del Río Sucio, después de pasar un buen puente de madera y con el objetivo de bendecir un camposanto plantado en una loma, con una vista envidiable, casi se veía desde allí la eternidad. El ascenso por entre una quebrada era muy empinado, duró aproximadamente una hora y media. Fuimos a pie y pudimos disfrutar de la contemplación de los árboles y cultivos. Regresamos ya casi al caer la noche.

Del 31 al primero, después de la Misa de Gallo, prácticamente esperamos la partida sin dormir. Estábamos listos antes de las 6 A. M. , pero el ambiente de la fiesta no era el más propicio para preparar el viaje. Al fin salimos a las 7 y 40 minutos. Primero pasamos por fincas, con un camino más llano, aunque ondulado, con cuestas muy embarradas y difíciles. Cruzamos la quebrada de Sabaletas, que marca la frontera entre Antioquia y Córdoba. Descansamos un momento en Santa Rosa, y seguimos hasta Agualinda; allí paramos un rato a las 12 M. Ya empezamos a cruzar el río en varios sentidos y recorrer extensos playones. Paramos a tomar un almuerzo de carne de cerdo, buñuelos y malta, hacia la 1 de la tarde. Nos faltaban unas charcas de pantanos densos, como propios para amasar tinajas, y una cuesta muy exigente y peligrosa, con saltanejas como trampas mortales. Nos amenizaba la vista del hermoso San Jorge y por fin encontramos, como pasadas las 4 P. M., el caserío de Juan José. La noche fue muy plácida, en una casa cural como Dios manda. Afortunadamente no pudimos partir el día primero, sino el 2. Nos separaban unas cuatro horas de carretera hasta Montelíbano y luego a eso de las 5 de la tarde entramos en Santa Rosa de Osos. Volvimos a tomar un autobús a las 7 PM y entramos en Medellín como a las 9. Habíamos cumplido nuestro cometido.

IV. Orografía y poblamiento

En Colombia, en el extremo norte de la Cordillera Occidental, que en un cordón estrecho corre de sur a norte, desde el cuerpo compacto salen hacia la izquierda como tres ramales, y sobre todo dos muy definidos; éstos se prolongan a la manera de brazos, o estribaciones con muchas ramificaciones, uno primero y otro después, con unas zonas bajas en el medio, y la pequeña Serranía de Urama que se atraviesa entre los dos. Esto habría que verlo desde el satélite o en un sobrevuelo, otra cosa es pasarlo a uña de cabalgaduras.

Los ramales son: el Páramo de Frontino y el Nudo de Paramillo. El primero de 4080 metros sobre el nivel del mar y el segundo, de 3960 metros. El último, en especial, tiene una dirección de oriente a occidente, para formar al extremo izquierdo un protuberante nudo; es una barrera muy definida y conforma una especie de contrafuerte, antes de volverse a ramificar el sistema montañoso. Al mismo tiempo, estas elevaciones son las predominantes en toda Antioquia y sobresalientes a lo largo de la Cordillera, que en este punto está ya declinando.

En toda la Cordillera Central, en su tramo del Departamento, no hay otras elevaciones que superen las de la Occidental. Es muy diferente la una de la otra, porque mientras en la Central sobresale una ancha meseta en Santa Rosa, que se quiebra hacia el oriente, en el río Porce y hacia el norte más allá de Anorí, en los bosques del precámbrico que quedan en Zaragoza; entre los 2000 y seguramente sin pasar de los 3000 metros sobre el nivel del mar, con los Páramos de Belmira y otras alturas, con climas frígidos, y una atmósfera más bien seca, con una vegetación rala y unas manchas de robledales, con suelos ácidos y lavados, con aluviones y vetas auríferos; en cambio, al otro lado, sólo hay un cordón flaco y más alto, y aunque los flancos y las llanuras son cálidas y con vientos que corren por la garganta estrecha del Cauca, en su extremo norte, en el Paramillo, se crea un epicentro de vegetación boscosa, suelos feraces y un microclima pariente del Urabá y de las selvas chocoanas.

Hay al final tres estribaciones, aparentemente desprendidas de toda la masa cordillerana. Son tres serranías más bajas, que van a morir casi en la llanura costera, que cambian de rumbo y se dirigen nuevamente de sur a norte, con una leve dirección hacia el oriente. Estas serranías son: Abibe, entre Urabá y el Sinú; San Jerónimo, entre este último río y el San Jorge y Ayapel, entre el anterior y el Cauca. Pero esta geografía es caprichosa, porque después de que la Cordillera está enterrada en la gran sabana, hacia el occidente vuelven a levantarse en la Serranía de Abibe, los Altos Carrizal (2200 m.s.n.m.) de Quimarí y Carepa, los dos a 1600 metros sobre el nivel del mar y en Córdoba, más hacia el centro sur, el Cerro de Murrucucú, con 1240 metros[1].

Junto con el sistema de Paramillo, estas serranías conforman una figura de peine. Está el contrafuerte longitudinal, en dirección de oriente a occidente, que remata la cordillera, y, de sur a norte, arrancan las tres serranías bien estructuradas, con sus propias ramificaciones y texturas.

Es importante detenerse en esta consideración, porque esto es determinante para entender cómo el sistema biogeográfico del Chocó y del Darién, en este punto específico, se proyecta a la manera de una lengua fina hasta tocar el Cauca y casi atravesar hasta el Magdalena. En efecto en este tramo del Cauca entre Santa Fe de Antioquia y Puerto Valdivia, hay temporadas de altas temperaturas y de sequía prolongadas, situación agravada por la escasez de montes nativos. En cambio, inmediatamente después, en el Paramillo se registran entre 200 a 250 días de lluvias al año, con precipitaciones que pueden superar los 4000 milímetros; no de otra forma se podrían explicar: el clima súper-húmedo de selva ecuatorial; la estrella hidrográfica que desde allí se derrama, la alta biodiversidad, y concretamente la presencia de fauna chocoana y muy seguramente las especies endémicas, hasta ahora no muy estudiadas. La región permanece muy cubierta de nubes y tiene por esta razón, hasta el momento, una no muy excesiva exposición a la radiación solar. La fronda del bosque es muy tupida, fuerte, oscura, incluso hasta en las mayores alturas de la montaña y se conserva un bosque primario de dosel alto, muy bien conservado, con maderas finas; pero igualmente muy expuesto, especialmente por la necesidad de proveerse de nuevas tierras para la siembra de la coca. Los sistemas de montes de la zona se califican como: bosque muy húmedo premontano y bosque pluvial montano; es muy interesante que estos bosques se levanten cerca del bosque seco tropical de la cuenca del Cauca en este trayecto.

Además, como para resaltar la diferencia, la composición de los suelos es particular, y compleja, con varias formaciones que coinciden en la región; predominan las rocas ígneas, efusivas, sobre todo los basaltos y las andesitas. Técnicamente los suelos están clasificados como: Rocas principalmente mesozoicas y sedimentarias de la Cordillera Occidental (Grupo Dagua), sobre todo en la Serranía de San Jerónimo; Cretáceo sedimentario, alternado con rocas de formación diabásica; terciario inferior. Más al sur del Alto de los Monos hay también Granitos alcali-cálcicos y granodiorita, incluyendo a veces rocas intrusitas más básicas[2].

En los lechos de ríos y quebradas no son tan frecuentes los cuarzos lechosos, los sílices, el llamado batolito, como en el resto de la Meseta de Santa Rosa y particularmente en el sur oriente de este Departamento de antioquia. Tampoco sobresalen los esquistos. Desde las tierras altas se encuentran tierras oscuras, con piedras duras, filosas, con aristas (como los pórfidos) y sueltas; el río Sucio tiene aguas abundantes, límpidas, pero con una coloración grisácea, verde azulenca muy particular.
Los lugareños hablaron de algunos intentos por explotar oro, especialmente en vetas y no en aluviones, pero no se mostraron evidencias. Tampoco hablaron de salinas.

Seguramente las aguas y los vientos del Atlántico chocan con estas montañas altas, se confunden con las que entran del Pacífico y se precipitan para nutrir varias cuencas madre, la del Sinú[3] y la del San Jorge[4], con un extenso cuerpo de sistemas lacustres, de ciénagas y tremadales, infortunadamente muy alterados en el presente[5]; esta última cuenca, la del San Jorge es tributaria del gran Magdalena[6].

El largo cañón del Río Sucio, del que nos hemos ocupado y hemos visitado, es una de las tres vertientes que se ubican en medio de las serranías de San Jerónimo y de Ayapel. Sólo, desde el aire, con buen tiempo, en vuelos rasantes, se podrá percibir una orografía precisa que dé cuenta de la verdadera huella digital de estos parajes. Los otros dos cañones son: el de Antadó y el de San Agustín.

El Río Sucio nace en el Alto de Monos, aproximadamente a más de 2600 metros sobre el nivel del mar y desciende entre piedras inmensas, correntoso, sonoro y por ratos forma charcos y remansos, por San Pablo, la Esmeralda, la Flecha. En todo este tramo está ricamente surtido de muchísimas quebradas grandes, de chorros altos, oxigenados; por miles de hilos de lluvia límpida, y sostenido por la esponja increíble de los musgos, los líquenes, los sphagnales, y la maraña de raíces y filamentos sin término. Al entrar en Córdoba, más allá de Agualinda se explaya, fluye manso; las piedras se quiebran en un cascajo menudo, sin perturbar el impetuoso cause, y se prepara para abrazar al San Jorge. No hay un cálculo exacto de la extensión de su curso, como en la Colonia, se podría decir que mide unas tres, cuatro, jornadas de todo un día en bestia. Tampoco hay mediciones ni registros de su trayectoria; pero por la observación se deduce que debe haber en las quebradas aledañas unas crecientes bíblicas, que arrancan de cuajo los montes, y ya al final, antes de la desembocadura, ha habido recientemente, quizá hace una década, una corrección total del curso; ha abandonado el antiguo lecho y se ha abierto paso por entre playones nuevos. Las aguas crecen y decrecen con las lluvias y el río puede ser navegable en su mejor época hasta el denominado Puerto, que queda como a unas tres horas, por tierra, de Juan José.

En el mapa de Antioquia no es fácil detallar esta zona con sus accidentes. El Cauca parte las dos Cordilleras, pero después de la Pintada se estrecha en Bolombolo y Anzá; se expande a orillas del Tonusco, en Santa Fe y vuelve a ser cada vez más enclavado y hondo por Sabanalarga y ya se va encañonado entre breñas casi perpendiculares, hasta Briceño y Puerto Valdivia. De sur a norte, a la altura de Ituango, diagonales a esta vertiente principal, otros cursos horadan las rocas. Hacia el Occidente, en el cañón de San Agustín corren los ríos Tarazá y el Man, tributarios del Cauca, navegables en sus últimos trayectos. Luego está el Río Sucio, el de nuestra visita. Después, en la Serranía de Abibe hay una partición de aguas, los riachuelos del flanco occidental, hacia la izquierda y el Río Antazales, surten al Sinú; y los del lado izquierdo, Río Viejo y Río Verde, por Antadó, son las fuentes del San Jorge.

Para salir y entrar en esta región, hay que estudiar y aprender geografía, aparte de tener conocimientos de economía, de política, entre otros. Es tan triste que en este país hemos reconocido la ubicación de muchas regiones sólo cuando éstas se ven directamente comprometidas en los conflictos de todo orden, en el ‘desorden’ público, mal llamado orden y que no es tal, en definitiva, en el desgreño y en el desgobierno. Pero necesariamente con esta ayuda tampoco se pisa tierra firme, es preciso investigar, confrontar, descreer y estar preparados para el asombro. No en vano en otro tiempo se decía acerca de estas comarcas: ‘Cuándo entres al Darién encomiéndate a María, que en ella están sus entradas y sólo en Dios las salidas’.

Porque también hay información difusa y equívoca. Hay un Alto de los Moros (con alturas de 3400 y 3200 metros sobre el nivel del mar, en el Alto de El León), hacia Urabá, que es muy distinto de El de los Monos, pero ambos pueden confundirse. El verdadero Nudo de Paramillo y su prominencia están ubicados hacia Peque. Pero existe un conjunto continuo de montañas, también muy altas, con unas condiciones específicas y una situación geofísica, que definen todo como un gran sistema bio-geográfico y además en cuanto al componente humano, hay una unidad de ocupación de los suelos, de historias remotas y recientes que se entrelazan y una cultura. Es de extrañar que esta región única, tan frágil en términos ecológicos, tan importante para regar los suelos costeños, y con tanta resonancia geopolítica, en la violencia y en las guerras, no haya sido mejor protegida, asistida y hasta haya sido realmente considerada como una reserva significativa.

Hay otros distractores, el Río Sucio es tributario del San Jorge y en ciertos mapas no aparece el primero y uno cree que sólo existe el otro. El San Jorge en sí es un río de ríos y sus tributarios primeros vienen por otro cañón diferente, por Antadó y la Manga, y se reúne con el segundo ya en Córdoba. Hay sitios geográficos insignificantes que sí aparecen hasta en la red, en MapPoint, como la Canturrona, que es una escuelita de macana, y otros más consolidados, o por lo menos con un número plural de construcciones, que son ignorados. También puede suceder que haya cambiado y menguado la población después de los desplazamientos; esto lo constata la misma gente. Hay, para mayor desconcierto, escuelas de Córdoba, como la de Santa Rosa, que son atendidas desde Ituango. Los límites entre los departamentos parecen fluctuantes, elásticos, casi vivos; no quisiera uno preguntarse cómo podrá ser el manejo de la administración pública, la justicia, la política, la educación, la salud y las estrategias de los grupos al margen y no tan al margen de la Ley.

La vida eclesial, la distribución de las Parroquias, es más comprensible desde Ituango, porque la Diócesis estaba ya delimitada desde 1915. No obstante, como una expedición emprendida desde Santa Fe de Antioquia y Dabeiba, la Madre Laura Montoya, pasó por estas tierras, recorriendo desde Dabeiba hasta Antadó, y después estuvo en San José de Uré, entrando desde Ayapel, en búsqueda de los indios y de los negros palenqueros, por allá por la década del 20, del siglo pasado. Después de pasar el Cauca en Pescadero, hay en la actualidad las siguientes parroquias, con sus respectivos curas heroicos: dos en la cabecera de Ituango, la de santa Bárbara y la del Carmen; y otras en La Granja, Santa Ana, Santa Lucía, Santa Rita y el Aro, que atienden feligreses extendidos por bastísimas soledades. El Cañón del Río Sucio es administrado en la fe, por un padre desde Santa Lucía; pero el único Obispo que ha pasado por la Flecha, en esta década, entró desde Montelíbano. No tenemos noticias de visitas pastorales de Monseñor Builes, quien recorrió la Diócesis en toda su extensión, desde cuando no había un kilómetro de carretera y quién sabe si por estos lares, en su momento, pasaran siquiera los caminos. Gracias da el viajero al encontrar un sacerdote solícito y acogedor que lo recibe en Juan José, después de la última jornada de 8 horas en mula, que es Antioqueño y formado en el Seminario de Santa Rosa, en fin.

La gente se desanima para sembrar café y cacao, y ni qué decir de frutas, flores, de todo, porque deben entregarlo a compradores en Ituango y Yarumal. Pero siquiera podrían cultivar lo mínimo para abastecerse y no tener que traer las pastillas y el grano molido en lomos de jumentos. En cambio la pasta de coca, si se la venden a quien es obligado entregarla, y no se vaya a equivocar, en este caso a la guerrilla, es moneda contante y sonante que la reciben de buen agrado, que circula de noche, pasada por travesías, en los pequeños pueblos bajeros; no importa si distribuida y pagada por bandos contrarios, guerrillas y paracos, va a engrosar las arcas de cuatro mafiosos grandes en Barranquilla, en Medellín o quién sabe en dónde. Además, un kilo del alcaloide ocupa un espacio reducido, no tiene problema para el flete, no se vence, se almacena fácil, vale dos millones y medio de pesos. Por esto no tiene ni punto de comparación con ninguno otro producto cultivable. Si en la geopolítica mundial, un campesino raspachín puede ser considerado como un terrorista, eso en estas lejanías a nadie le importa. Queda la preocupación de pensar cuándo ya no vendrán a buscar a los productores y sí a los consumidores. Pero, por ahora la regla es tajante, ellos dicen: la guerrilla puede matar al que le encuentren una sola mata de marihuana; porque ésta se puede fumar sin procesar, sirve para el consumo personal y eso ellos no lo permiten, así es la cosa.

V. Ecología, etnografía y conflictos

Se experimenta una sensación extraña, de desubicación en el tiempo, en el espacio, en todo. De entrada uno podría pensar que se adentra en un mundo prístino, intocado, lejos de todo. Pero por evidencias arqueológicas, por los cronistas, se puede constatar que esta área debió ser habitada desde tiempos inmemoriales. En la actualidad, en las cabeceras del San Jorge habitan grupos étnicos de la familia lingüística Embera Katío, por cierto muy arrinconados y diezmados, sobre todo a partir de la construcción de la Presa de Urrá, para favorecer los intereses politiqueros de los ‘honorables patricios’ de la zona y de paso inundar tierras fértiles y alterar la biota y las subiendas y desoves de los peces. También hay otras comunidades indígenas en San Matías y también muchos campesinos son también indígenas desmembrados y aculturados que sobreviven de cualquier manera entre los mestizos. No hay que olvidar que, ya sean éstos, los Embera, los sobrevivientes, o que en nuestras fisonomías y en nuestra sangres, en las culturas, se amalgamen sus genes, esta tierra fue de los Zenúes[7], de quienes tuvieron preciosa orfebrería y cerámica, antes de tener agricultura y pueblos establecidos; verdaderos anfibios, consumidores de manatíes, icoteas y ostras, cultivadores temporales de yucas y ñames, de ají y de cacahuetes.

En la forma de habitar y de aprovechar los recursos, de estos indígenas vigentes, y en los patrones de otras etnias de todo el país; y aún en las costumbres de los campesinos mestizos; y, por qué no, en las cadenas tróficas de las especies; es posible aventurarse a afirmar que la forma de sostener y sustentar estos rincones, en lo ecológico y en lo humano, responde muy bien a una ocupación vertical, o sea aquélla que aprovecha a un mismo tiempo distintos pisos térmicos, en diferentes épocas del año, en respuesta a los ciclos naturales; no intensiva ni extensiva, ni de gentes y menos de ganados. Una forma de morar que sea fluctuante y sensible, para que se adapte y no se imponga a la fragilidad de los ecosistemas.

Habría que llamar la atención de los gobernantes, de los educadores, de los eclesiásticos, de los pobladores oriundos de esta tierra, y también de los guerrilleros, de los paramilitares, de los ganaderos, de los inversionistas extranjeros, de los negociadores de tratados de la mal llamada economía de mercados libres; de las Organizaciones no gubernamentales, de todos, y de manera urgente, sobre estos tópicos en términos teóricos y científicos, pero también en asuntos concretos, inminentes y reales. Para el caso se podría hacer énfasis en lo siguiente:

-Los bosques que se tumban en las zonas bajas, también son irrecuperables, pero la cobertura del suelo se puede reponer con mayor rapidez (sin embargo, no sobra ver el espejo del desastre ecológico de la extracción de las minas en el bajo Cauca); pero los montes de niebla, de las tierras altas deben ser intocables. Hay allí, en el Alto de Monos y en todo el Paramillo, una mancha de robledales, de maderas finas, de chusques, de aráceas, helechos y palmas, de miltoniopsis, catleyas, oncidium, masdevalias, stellis; de mariposas morpho emperador; de colibríes y de osos de anteojos y dantas, un ecosistema en extremo delicado, que si se altera ya no podrá ni siquiera restaurarse para cobertura en muchísimos años. Afortunadamente la amapola, que es de mayor altura, no parece por el momento ser más rentable ni más fácil de cultivar que la coca, eso es lo que les escuchamos. Porque también es sabido que en Santa Lucía se cultivó con éxito la famosa opiácea.

-Hay una provisión de aguas óptimas y posiblemente de energía para gran parte de la Costa Atlántica que depende de estos montes y del manejo que les den sus pobladores. Deberá llegar el día en que los que se lucran de esta riqueza subsidien la conservación inalterada del bosque y también la manutención y la seguridad de las familias de guardabosques.

-Por el momento vimos los cocales[8] alternados con cultivos de pancoger. Las mismas personas nos explicaron que ellos se preocupan por sembrar lo que les alimenta, para no verse escasos de comida. Pero es bien sabido que la ambición rompe el saco y en estas economías globalizadas hay quienes piensan y recomiendan siempre lo más lucrativo, porque afirman: si hay plata, todo llegará a las manos pródigamente. Pero se conocen muy bien los casos del Vaupés y de otras regiones, en que la coca ha sido una economía ficticia, que está sucedida de mayor pobreza y de dependencia. De todas maneras, con coca o sin ella, la seguridad alimentaria está en riesgo. La gente supuestamente se ve robusta y qué más que aguanta los rigores y el excesivo trabajo, los múltiples partos, la lactancia prolongada. Pero haría falta una evaluación científica, técnica, sobre la nutrición, el consumo de proteínas, de lo necesario para una dieta equilibrada mínima. es prioritario que los maestros, los curas, los enfermeros instruyan a las comunidades en lo esencial: el uso del agua hervida, las letrinas, el manejo de aguas residuales; hay que estudiar las consecuencias del vertimiento de los desechos del proceso de fabricación de la pasta de coca; hay que fumigar y controlar la malaria; vigilar y atender los casos de leismaniasis (el famoso pito que deja su huella en los rostros dulces de los niños, desde temprana edad); y es demasiado descuido que las mujeres no tengan la incipiente información sobre las enfermedades de transmisión sexual, sobre el control de la natalidad, que puedan como un derecho planear el número de hijos y, en la adolescencia aplazarlos y no dejar que mujeres muy mayores queden embarazadas y se expongan a tantos riesgos. No observamos, a primera vista, ni síndrome de Down, ni problemas mentales evidentes; no obstante habría que indagar por las secuelas del miedo, del terrorismo, de la extorsión, todo esto desquicia necesariamente a las sociedades humanas. Se notó un gran consumo de alcohol, junto con las conductas asociadas al consumo desbordado. Es de esperarse que haya, al interior de las familias, mucho maltrato y abusos de autoridad, por supuesto esto debe abordarse tanto desde la salud pública y desde la etnografía. Los temas de la salud, la higiene, la nutrición, son apenas la antesala de la Modernidad. No es justo que en una tierra rica existan seres humanos en semejantes condiciones de abandono; habrá que promoverlos para que ellos mismos tengan iniciativa, pero hace falta instrucción, información y asistencia de todo orden. Por lo demás, es duro, pero si estos gobiernos de turno abren las puertas al mercado internacional y no se preocupan ni siquiera por honrar la soberanía, quedarán pocas esperanzas para tener al menos seguridad alimentaria.

-¿Cómo quieren pedirles conciencia del cuidado del ambiente, a poblaciones que carecen de lo necesario para experimentar como hechos reales la autonomía y la dignidad? Para ellos el monte estorba, los árboles se atraviesan en los caminos y las flores, los insectos, las miasmas, son parte de un mundo sin nombres, sin clasificaciones, el mismo al que llegaron José Celestino Mutis y Alexander von Humboldt hace unos de 200 años. Pero es insólito que todo un país no sea sensible ante un riesgo inminente para los ecosistemas aledaños, en la costa y en Urabá y el bajo Cauca (esto, por si no les interesan los ambientes de adentro, los del Paramillo, o simplemente porque los desconocen y no los tocan ni afectan por ahora) y obviamente para los pobladores. Esto es tan sencillo, o tan obvio, como pensar que los habitantes de esta frontera tienen como perspectivas de futuro un posible conflicto armado, la hambruna o el desastre ambiental; o para no ser tan fatalistas, también les puede esperar la fumigación de los cultivos ilícitos con todas las secuelas, o la expropiación de sus terrenos si se planea una carretera, el reconocimiento de reserva y la concesión privada de la explotación turística (como las concesiones que hay en el Amazonas y pronto en el Tayrona), otro embalse, lo que sea. Es ésta una región en crisis eco-sistémica y esto tiene consecuencias económicas, políticas y es ante todo un problema ético, de justicia. Al menos debieran decirles y plantearles que la madera es una posibilidad de tener algo seguro; se pueden replantar los árboles nativos, de maderas costosas, como cedros y caobos, balaustres, entre otros y se pueden introducir otras especies, traídas de otras regiones del país y también foráneas, como las tecas e muchísimos árboles frutales. Un capítulo aparte debería tener la implantación de guaduales, que allí son casi inexistentes; también se podrían aprovechar los abundantes chusques, que son unos bambúes finos y flexibles que pueden tener muchas utilidades, incluso se pueden usar en los techos. Las fincas ganaderas abiertas y siempre limpias de malezas, fumigadas y de rotación intensiva y extensiva, como las del Sinú y la mohana sucreña son un modelo revaluado, además de ineficiente y excesivamente costoso (¿o tal vez sostenible por medio de economías mafiosas?). Se pueden engordar ganados en potreros reducidos y alimentados con forrajes y pastos de corte y otros nutrientes (maíz, melazas, harinas, sales, etc.). Además, por qué insistir en una dieta cárnica exclusiva de ganado vacuno y porcino, si se podrían criar especies menores (propias, como el chigüiro, las guartinajas y venados, y foráneas como la industria avícola, de pollos, pavos, cocadas, y hasta avestruces, etc.). Bueno y si se trata de bovinos, ¿por qué no intentar la introducción de búfalos?

VI. Historias y nuevas búsquedas

Este viaje también pudo tener, entre otros motivos, los de ir en ‘busca del tiempo perdido’: desde las más remotas noticias, en 1571, de la fundación de San Juan de Rodas, por Don Gaspar de Rodas, y de la cual quedaban vestigios de los vallados, en el potrero de los Mangos, en la hacienda del mismo nombre de esta antigua población; o como cuentan, que este caserío lo atacaron y lo acabaran los indios, y después hacia finales del siglo XVIII trasladaron los tapiales a Santa Ana y al último sitio del actual Ituango; hasta los recuerdos de las familias pioneras y colonizadoras a finales del Siglo XIX, las casas de los Machado, Correa, Calle, Duque, Trujillo, Tobón y de otras también cercanas y entrañables. De manera muy personal, aparece la figura señera de Doña Laura Machado Correa, nacida en Ituango por la década de 1890, la mayor de los hijos de Don Ricardo y Doña Anita, junto con la presencia de algunos de sus hermanos y hermanas primeros, porque los menores ya nacieron en Yarumal; así como también de otros primos de ellos, como Doña Clementina Correa Machado, o Doña Mercedes Duque Machado, esta última, ligada a este municipio, aunque posiblemente hubiera nacido en San Andrés de Cuerquia.

Pasado algún tiempo, a principios del siglo XX, en el camino entre Yarumal e Ituango, se explotó la famosa mina de Berlín. De estos campamentos y de la explotación aurífera nos quedan registros muy cercanos. Se ha hecho este preámbulo de la consanguinidad y de la endogamia, sólo para afirmar que la memoria de esta región nos pertenece y nos compromete, pero que igual nos debería confrontar la historia de cualquier pueblo.

También habría que hablar de Briceño, de la necesidad de trazar una carretera que buscara a Puerto Espíritu Santo, en las riberas del Cauca, y que al fin saliera al mar, como lo propusiera Monseñor Miguel Ángel Builes. Después estas regiones quedaron al margen y la vía elegida y definitiva pasa por el alto de Ventanas, por Valdivia, para caer a Puerto Valdivia, aunque en la década de 1960 todavía trajeran ganado de Ayapel, remontando el río y arreado hasta el Hatillo.

Tal vez Ituango llegó a tener sus días de mayor importancia en las épocas en que la carretera con dificultades alcanzaba primero a los Llanos, luego hasta San José de la Montaña y a San Andrés de Cuerquia, al Valle, a Pescadero, por la primera mitad del Siglo XX, de todas maneras habría que sustentar esta afirmación. Antes hubo un puente colgante, como una artesanía de cuerdas y de miedo, en una garganta estrecha y muy próxima al curso de las aguas torrentosas y en el 60 se levantó imponente el puente metálico, para salvar el río Cauca, antes de la desembocadura del San Andrés. Si todavía la ruta es una verdadera tortura, entre pedreros, quebradas y precipicios, no es difícil imaginar las marchas forzadas que tuvieron los antecesores, entre los tragadales, las alimañas, los fríos y fiebres; y la empresa de romanos, o de incas, que pudo haber sido llevar y traer todas las vituallas, los muebles, los materiales de construcción, una campana, un santo, amén de piaras de cerdos; con recuas de mulas cargadas de fríjol y café, oro, rastras de maderas finas; bueyes y ganado, perros, señores y señoras de cabalgadura, niños de brazos, curas y monjas, enfermos, parturientas y arrieros y peones y pobres de Dios.

Los recuerdos más gratos del país de la infancia feliz quedaron sembrados en las faldas de San Juan de Rodas, en Ojodeagua, y tienen el brillo de las piedras de mica de los patios de la Casa de El Tinto. El pasado es irrecuperable, lo paradójico es volver después de muchos años y encontrar que la situación de la gente puede ser la misma y aún peor que la de décadas atrás. Pero todavía no comenzaba el viaje, sólo sabíamos que Ituango era como el fin del mundo y ni nos imaginábamos los días de caminos que nos separaban del Río San Jorge. El compañero, el Padre Hugo, sí había recorrido hacía unos diez años atrás, la región de Antadó, la antigua colonia penal y el cañón de los ríos tributarios del Sinú.

Otra aventura que está en ciernes es la del embalse de Cañafisto, que tendría su presa junto a la desembocadura del río Ituango, acompañada de una carretera que uniera a Sabanalarga con Puerto Valdivia; de esta manera estarían conectados el Atlántico con el Pacífico sin necesidad de trepar la cordillera. De este proyecto hemos sabido toda la vida, y también nos queda claro que si hubiera voluntad política no sólo se transformaría el paisaje, habría modernización, y no necesariamente Modernidad, pero otra sería la historia de esta región, de toda Antioquia y del país.

Pero sin duda, así como vimos transformar el río Sucio desde que caía en gotas por las breñas, hasta extenderse en los playones ardientes, antes de morir al San Jorge, así se irían revelando y renovando otros propósitos que ni siquiera intuíamos. De manera definitiva, al completarse el periplo, este viaje nos daría una contradictoria lección de país; una conmovedora y hermosa visión, acompañada de una confrontación con la realidad trágica y dolorosa de su gente. También, es posible, y sería esperable, que éste no haya sido ni será un viaje como cualquiera, seguramente nos tendrá que afectar en nuestras vidas personales.

Por lo demás, cuando éramos niños, los viejos nuestros tuvieron predios en estas comarcas y nosotros pudimos visitarlas y pasar allí temporadas de vacaciones; pero sólo los mayores salían a comprar ganado en Pascuitá, Capitán, la Caparrosa y en Cuní, y se adentraban hasta la Granja y Antadó. En alguna época estuvo operando un Aeropuerto, en Los Galgos, a la entrada de Ituango y esto le confería mayor interés a la región, le daba casi un aire internacional. Pero lo cierto era que nosotros, mientras crecimos, siempre imaginábamos que el mundo confinaba tal vez más allá de las montañas que se atisbaban desde la cabecera del municipio; posiblemente después habría un precipicio, un mar, lo que fuera no lo sabíamos; el mundo caminable llegaba hasta allí; los mapas hacían parte de otras categorías mentales; la tierra era firme hasta estos lugares; porque también decían que en el nacimiento del San Jorge el suelo era movedizo, claro de puros sphagnales, de colchones de musgo remojado. Pues ahora pudimos constatar simple y llanamente que también hay gente más allá del fin del mundo.

VII. La historia apofática

‘Apofático’ es un término culto, pero en este punto es justificable; es un adjetivo prestado del griego, que quiere decir lo mismo que inefable. Pero esta última palabra tiene una connotación de algo sublime, espiritual, casi estético. Lo que se va a narrar es apofático, también en el sentido de San Pablo, porque es una infamia inenarrable, indescriptible y ante la que la actitud más respetuosa es la del silencio; pero no un silencio cómplice. También se trata de algo apofático porque nunca se tendrá una historia completa, porque todo no será dicho, porque precisamente los protagonistas fueron acallados definitivamente y los testigos han sido presas del miedo y del apabullamiento.

Aparte de las historias antiguas, las de las fundaciones, siempre alteradas por los apegos, y la distancia entre los hechos y las narrativas, por la insuficiente documentación; y de las otras de raíces familiares, faltaba recapitular la otra historia, la más real y de manera cruel, tal vez vigente o en ciernes de repetirse, Dios no lo quiera.

Por estos días y quién sabe hasta cuándo, hay una aparente calma, han vuelto a reconstruir, a invertir, hay flujo, comercio, transporte regular, por lo menos hasta la cabecera. De todas maneras, para adentrarse en la montaña sí es necesario dar reporte, avisar, tener quien presente a los visitantes, hay que mandar con tiempo los nombres y los propósitos del viaje; ni más faltaba que uno pudiera ir llegando motu proprio, como se deben mover los ciudadanos en un Estado real, consolidado. Pero días hubo, y no están lejanos, no hace dos décadas, en que la guerra asoló los campos, los desplazados llegaron en bandadas y el pueblo contaba sus días, sus temporadas, por el descanso momentáneo de las campanas que tocan a duelo. El cura párroco, Padre Ernesto Gómez, un hombre de respeto para todos los bandos enfrentados, y muy querido de su feligresía, a quien se tenía que tener en cuenta para reconocer a un forastero o para tocar un muerto, antes de poderlo siquiera mover, bien sabe, después de 18 años en la zona, que en el camposanto de la población puede haber mal contados 200 cadáveres de N. N.[9], a quienes posiblemente ya nadie reconozca y a quienes todavía alguien espere, de quienes alguien se conduela, los reclame y les rece.

Entre otras masacres, cuyo límite en el número de muertos no está definido, la de El Aro[10], por la cual paga indemnizaciones La Nación[11], y en la cual tiene responsabilidades confesadas Salvatore Mancuso, es un baldón que hace estremecer y enmudecer. Ésta fue conocida y divulgada por los medios. Pero sobre las otras masacres hay un vacío, no hay un verdadero cubrimiento, un rastreo, hasta se confunden los nombres; tal vez se cuentan los muertos de un lado en otro, quién va a saber. En El Aro, en proporción al número de pobladores prácticamente hubo un exterminio, se dice que fueron entre 11 y 19 los asesinados, pero no dan cuenta de cuántos serían en total los pobladores del caserío (¿si serían 100, 150?), para establecer una relación de la dimensión real de los hechos; uno no sabría describir las infamias que habrán infligido a los escasos moradores, sobre todo a las mujeres, los horrores que pudieron haber cometido en 5 días, 200 hombres en un moridero de, más o menos, 50 casas.

Pero qué importa si son más o son menos los ejecutados, esto es cuestión de estadísticas y del derecho; porque son igual de dolorosas y de insoportables, la muerte de uno solo, la tortura, la desaparición, el secuestro de cualquiera, que esté vinculado o no, con los que sea; inculpado o no; con ajusticiamiento o no; y si son los oprobios en contra de los inermes, los débiles, la población civil, las mujeres y los niños, su afrenta es innombrable y clama justicia.

En el cañón que estábamos por visitar, el del Río Sucio, que se recorre en tres, cuatro, cinco, jornadas, todo es tan relativo, pero que es largo es largo, toda la población ha tenido que huir, ya en dos oportunidades, dejarlo todo, en el término de 10, o 12 años, y sólo unos cuantos de éstos han podido regresar. ¿Y quién les asegura que ya hayan experimentado el último éxodo de sus vidas?

Observamos que las casas de habitación actuales, en pié, están muy retiradas de los caminos centrales, de las escuelas, de los núcleos donde se sitúan los posibles edificios públicos o de servicios, como los puestos de salud. También hay algunas casuchas abandonadas a la vera de la calzada. Esto nos llamó la atención, porque por lo menos en todas las colonizaciones Antioqueñas, siempre se piensa en las vías y luego en los poblados; las residencias y hasta las fincas que más se apartan de las rutas no son comerciales, no son atractivas. Incluso, el frente da a la calle de manera inmediata, sin antejardines, y muchas veces el interior de la casa, la cocina, tiene una mejor panorámica. Más luego nos enteramos de que los moradores de esta región ya vivieron la experiencia de haber sido avasallados por los paramilitares, precisamente por estar muy asequibles, alcanzables a su paso; por esto, tal vez, como estrategia de defensa se ocultan y se mimetizan entre los bosques.

Al encuentro con los lugareños, a cuenta gotas fuimos teniendo muchas versiones de estas tragedias. Pero pasaba algo extraño, nos relataban sobre la quema de sus ranchos, de los destrozos en las escuelas y puesto de salud, de lo que apenas es un asomo de lo público; de cómo mataban todo lo que estuviera vivo y no se pudiera arrear y robar… Decían: ‘pisaban los pollitos con sus botas de caucho’. Pero fue necesario que pasaran días, que hubiera mayor confianza y cercanía, para que en sus narraciones aparecieran los rostros de sus seres queridos asesinados. Tal vez cuando el sacerdote invitaba a la comunidad a orar por los difuntos, fueron dichos entre voces los nombres, pero sin ampliar los casos. Más tarde, en una conversación informal, casi sin preguntarles de manera explícita, con pocos testigos, se ilustraban los testimonios. Primero quizá fue el del asesinato de una mujer joven, robusta, mona, de 16 años; pero, agregaban, su muerte también estuvo motivada por celos entre adversarios; luego contaron, en medio de la fiesta de año nuevo, de una mujer de 22 años, con 6, 7 hijos, que fue abaleada en un camino; el tiro le entró por debajo de la boca y medio muerta le escribió una nota con recomendaciones a su marido; él tenía que darle agua por la traquea, para mitigar un sed espantosa, mientras se le apagaba entre sus brazos, para después enterrarla en un cementerio improvisado y abandonarlo todo por un tiempo, porque la vida tiene que seguir. Pero, entre tanto añadían, ‘ a mi Señora la mataron con fulano y con la difunta tal…’ Entonces, ¿cuántos serían? Hay quien dice que 50; ¿a cuántos los liquidaron después de la incursión? También secuestraron a otros y de éstos unos volvieron sanos y salvos; los soltaron en Caucasia, dieron la vuelta por Yarumal y se unieron con los desplazados en Ituango; ¿pero, cuáles fueron desaparecidos? ¿Quiénes ya nunca regresaron y lo perdieron todo?

El día de los bautizos hubo necesidad de pedirles las cédulas, o en su defecto las partidas de bautizo, los registros civiles. Hay muchos que tienen algún documento, otros nada; también hay algunos que no saben firmar, sobre todo las mujeres. Valdría, entre tanto, preguntarse, ¿pero en realidad esta gente existe? ¿Para quién; quién cuenta con ellos, para qué? Porque un político, un negociante, puede utilizar estos números de cédula, sin rúbrica para lo que quiera; un matón acaba con la vida de alguien y para qué sirve tomarle las huellas si no está ni siquiera registrado… ¿y quién va a denunciar y quién va a reclamar? Y, en últimas, ¿quién está interesado en recorrer unos caminos intransitables para atar los cabos de un crimen, para reivindicar derechos, para hacer justicia? Ellos dicen que no tienen escrituras de sus predios, que conservan unas cartas de compraventa, y como hay tanta tierra baldía, qué más da. Es una situación de interinidad, de pre-modernidad, y, por qué no, como de anulación del tiempo, del espacio. Si el pasado común apenas subsiste, como hilo entrecortado, como un borrador mal escrito; si el futuro está hipotecado de manera indefinida; entonces, en el presente se vive, como si el universo fuera un nido de gulungo, permanecen así no más, como guindados de la vida.

VIII. Anotaciones de viajero y metodología

Esta crónica es ante todo una conversación para los amigos, una manera más de manifestarles el afecto, de hacerlos partícipes de una experiencia única, maravillosa y dura, como se habrán podido dar cuenta; por eso mismo no debe ser pretenciosa, aunque se ha querido que sea rigurosa, verídica y ordenada. De todas maneras es posible que pueda ir más allá y sería estupendo que también fuera útil instrumento de introducción en el análisis de un fenómeno social, político, histórico, etc. De pronto, después de haber hecho viajes parecidos hace muchos años, ahora creo que lo más coherente después de recibir esta verdadera lección de país, es dejar una narración personal, que tenga algo rescatable, objetivable, para otros, y no sólo para los íntimos y allegados; ojalá les pueda servir a los mismos moradores de estas regiones apartadas, o a otros sujetos que quieran conocer, formarse para trabajar allí, o quien quiera asomarse a las realidades de este país tan descuadernado y tan complejo. Quién sabe si uno es un iluso más, pero hasta es una forma de saldar deudas.

Por lo demás he disfrutado grandemente esta tarea que me impuse, qué oportunidad tan excelente la que se le ofrece a uno de ser casi como un primer cronista, como si hubiera sido un mínimo descubridor. Supongo que otros como yo pueden plantearse este empeño, de dejar por escrito lo que ven y de lo que son testigos, confrontarse con una situación cruda. Es posible, ya se verá, que esto también contribuya a las ciencias sociales, a recuperar una memoria o a medio empujar la ‘etnografía’ de los tristes trópicos.

Es increíble, por ejemplo la ignorancia que tenemos de la geografía. Cómo puede ser que con todos los recursos a nuestro alcance, como la red, salgamos a una correría sin saber siquiera dónde iremos a estar parados. Esto era lo primero que tenía que prever el viajero europeo de la Ilustración y por esto fueron enciclopedistas, dejaron anotaciones, mediciones, fueron metódicos en su asombro. Esta formación, se me ocurre, debería ser imprescindible para un maestro, para un catequista, para un instructor de salud y ni qué decir, para un miembro de una acción comunal o para el estudiante de toda escuela primaria. Para poder conocer hay que diferenciar, comparar, esto es elemental en cualquier búsqueda científica y no es nada extraordinario. Por ejemplo, para mí fue un hallazgo saber que el Nudo de Paramillo es todo un sistema, que está relacionado con el Pacífico bio-geográfico, que tiene condiciones únicas; pero esto sólo se puede constatar al confrontar los datos de la visita con atlas, con información teórica, y qué mejor que escribirlo y pasárselo a los demás.

Todo el relato se preparó con apartes que precisamente se pueden separar. Habrá quien le interese más un aspecto que otro. Sería una maravilla que me pudieran refutar, que me desmintieran si estoy equivocado en datos; es completamente necesario, para mejorar esta crónica, contar con un acompañamiento de un equipo interdisciplinario de expertos o de estudiosos. Desde ahora propongo que a quien le interese, le pregunte a biólogos, a geólogos, a historiadores, a médicos, al que sea necesario y entre todos podemos aportar algo, para esta región, o de pronto para un área más amplia.

Puede ser un lugar común pero es cierto aquello de que ‘cuenta la historia de tu pueblo bien contada y se volverá universal’. Es parte de nuestro atraso, por ejemplo, saber que aparte de algunos estudios serios, de Instituciones con criterio, todavía tenemos unas monografías de los municipios plagadas de fantasías, por no decir mentiras, de inexactitudes; puede resultar chocante, pero es pasmoso que un documento como el libro de Manuel Uribe Ángel, sobre el Estado de Antioquia, de 1885, que ha sido reeditado en buena hora por la Gobernación, no sólo sea de obligada referencia sino, además, de los reportes más completos y mejor hechos y con mucha vigencia, precisamente en las descripciones físicas, geográficas. Si uno quiere conocer cómo era esta Provincia hace cien años y comparar con lo que ahora es, es imprescindible; y es muy claro, en el caso del Paramillo, que aquí hay parte de un universo que no ha sido alterado, que sirve de referente para comprender cómo se han alterado otros ecosistemas y que puede todavía preservarse y cuidarse como un pequeño paraíso, con todo y sus moradores condenados a ganarse el pan con el sudor en la frente y a parir hijos con dolor.

IX. Nudos y paradojas

Con las salvedades antes dichas, en los párrafos inmediatamente anteriores; después de haber llegado hasta esta parte del relato y de resistir la prosa, así como se les advirtió en el aparte de la ‘Duración de los trayectos’, de aquí en adelante pueden suspender la lectura, porque dejé para el final una versión libre, una mínima carta de presencia, que contenga una la visión más personal, subjetiva, y una postura declarada.

De verdad que una clave de todo, en este viaje y pueda ser que también lo haya sido en toda la crónica, es la palabra ‘nudo’. Es el nudo geográfico predominantemente, pero poco a poco entendimos que también eran los nudos de la biodiversidad, de la cultura, de los caracteres humanos; de los lenguajes; de las expresiones corporales, de las estéticas; de las creencias y prácticas religiosas, de las morales; del conflicto, de la política; de las guerras; de los intereses económicos, etc.

Y lo más raro, no son nudos sólo como problemas, como enredos, atascos, o sea como nudos que haya que desatar, deshacer, resolver; o como retos, o como obstáculos para superar, como si fuera un curso de gerencia estratégica o de autoayuda; sino que son nudos imprescindibles para sostener una gran trama, parte de la textura, constitutivos de las resistencias y las fragilidades. Claro, no se trata de un nudo y punto, sino de un nudo de nudos, un tejido y una grandísima red y por supuesto un sistema. Esto se puede entender perfectamente al detallar cómo está fabricada una atarraya o esparavel.

Es propio de las redes y de los sistemas, que el todo sea considerado más que las partes; y también, que las partes y el todo se replican, como si fuera un juego de fractales. Esto hay tenerlo en cuenta para abordar el fenómeno. Porque de todas maneras los problemas son desbordantes, la sensación que se siente casi todo el tiempo es de total impotencia y de desesperanza, de desaliento, de que se llegó tarde o que no hay casi nada que hacer, es muy frustrante. Pero tampoco hay que asumirlo todo de una vez y, me parece, ni siquiera se trata de buscar soluciones; tal vez más importante sea enfrentar la complejidad y, precisamente, identificar nudos. Un nudo también es un pequeño sistema, una red menor, pero ojo, también una red intrincada, como un universo de lo micro. Pero por ahí se puede empezar; hay que tener claro que de todas maneras el que se encarga de un nudo, ni lo puede aislar ni desprender, del gran sistema de sistemas y sólo tendrá una comprensión aproximada del mismo, en relación con el todo.

¿A qué va todo este cuento? Desde el inicio declaramos el propósito central del viaje, el de una acción pastoral cristiana; al lado del sacerdote yo era un advenedizo. Un padre tiene una función específica, sobre todo en estas comunidades tradicionales, pero un civil es un forastero más. En un viaje de pastoral convencional se atiende lo específicamente religioso, se administran los sacramentos, y ya queda cumplido el cometido. En este caso no fue así. Sí se hizo presencia, se acompañó la celebración de la fe de los caseríos y veredas; pero todo el tiempo, los dos viajeros, el cura y el laico, sostuvimos un diálogo muy provechoso, lleno de preguntas, de cuestionamientos; también hicimos partícipes de nuestras inquietudes a los habitantes de la zona que se acercaban, ya fuera para ser atendidos como feligreses, o para departir amigablemente. Nos quedamos tan sacudidos que por eso hemos seguido reuniéndonos, pensando proyectos, escribiendo y vamos a ver qué revienta, cómo podemos madurar ideas y en definitiva también tratar de ser más coherentes. También para preparar las homilías y las charlas, además del Libro de las Horas, nos sirvió mucho la lectura, entre linternas y cocuyos, debajo de una catarata que resonaba en el techo de zinc, del libro de Victoria Camps y Salvador Giner, Manual de Civismo.

Pero estábamos hablando de los nudos. Sí, un padre de los de siempre, con todo respeto se ocupa de un nudo, si se quiere de un gran nudo; pero el problema es querer explicarlo y entenderlo todo desde ‘su’ nudo y no abarcar la red. Claro que tiene que tener un objetivo definido, para eso los forman y se preparan en los seminarios por años. Pero tanto el sacerdote, el laico, el maestro, el de la acción comunal, tendrán todos sus propios nudos; el fenómeno total se les escapa de las manos, pero pueden empezar por alguna parte, no se tienen que quedar cruzados de brazos. Más aún, no sólo pueden comprender bien su nudo, sino ver cómo éste sostiene, resiste, mantiene, tensiona, hace más compleja y hasta más estética la red completa.

A propósito, nos angustiaba mucho ver la situación de las señoras cabeza de familia. Es claro que su situación no es diferente de la de otras mujeres de los centros urbanos; la inestabilidad de sus uniones y de las parejas es similar, si se quiere, se puede decir que es algo propio de la época. Pero no hay que ser tan simplistas, porque las circunstancias son bien diferentes. Una mujer con estudios, con un trabajo profesional, puede sostenerse por sí misma y ser independiente, decidir lo que quiere hacer con su futuro, cómo quiere invertir y gastar su salario, con hijos o sin ellos, con pareja o sin ésta. En esta región encontramos casi niñas, de 12, 13 años, con hijos, sin ninguna preparación para desempeñarse en nada distinto de las labores domésticas y del campo. Estamos hablando de mujeres que tienen que dejar un marido bebiendo, borracho, que las maltrata, que despilfarra sus míseros ahorros, o que deja cuentas pendientes, y tomar un niño de pecho y otros que casi ni caminan y devolverse solas por una trocha azarosa; y si piden la ayuda de alguien, sobre todo de otro hombre diferente al esposo, deberán exponerse al escarnio público y a la golpiza del compañero estable.

Entonces, una manera de tratar este asunto era tomar una actitud moralista, de rechazo, de enjuiciamiento; pero estas realidades son realmente unos nudos, es preciso abordarlas como una red, como un sistema.

El sacerdote se puede preocupar por la decadencia del matrimonio cristiano, sacramental; el maestro, por la necesidad de programar una alfabetización de adultos; el médico, por la planificación familiar, por la nutrición; el administrador o el economista, por mejorar las fuentes de ingreso, por promover microempresas, lo que sea. Pero todos ellos tienen también que tratar de comprender que éste es un fenómeno cultural, socio-económico, jurídico, histórico, sexual, religioso, mucho más complejo, que supera un punto de vista particular, profesional, espiritual, aislado. Para comenzar, habría que ver cómo, de manera independiente de las consideraciones morales, estos hechos convierten a estas mujeres en personas muy vulnerables; expuestas al abuso, dependientes. Que, además, no tienen opciones ni poder de elegir siquiera. Ni los sistemas económicos las incluyen ni las favorecen; decíamos que no producen artesanías, no transforman materias primas; entonces en las cosechas y hasta en el proceso de la coca, si pueden ingresar, apenas son tenidas como mano de obra débil, barata, reemplazable. Si son abandonadas por los compañeros, muchas veces retornan a sus hogares de origen y recargan significativamente a sus padres y parientes. Los papás de sus hijos difícilmente se encargan de seguir sosteniendo a sus vástagos y de reconocerlos. Además, ellas no están en condiciones de irse para otros lugares a buscar oportunidades, esto supone casi una tragedia. Total, se ven sometidas a condiciones de heteronomía, de empobrecimiento y de indignidad; ni ellas ni sus hijos están ni estarán invitados a hacer parte de la modernidad, de la ciudadanía, de la civilidad.

Pero no vamos a desarrollar ahora la teoría de los sistemas complejos, ni a tratar todos los casos que pudimos conocer de cerca ni a dar una ilustración detallada de personas concretas, solamente queremos resaltar algunos nudos, algunas fibras y aproximarnos al gran tejido social y humano de un punto minúsculo de la anchurosa geografía de la patria.

Con estas ideas rondando por la cabeza se puede tratar de cerrar esta crónica, pero no el ejercicio de sensibilidad que ha sido este viaje ni la reflexión ni el ánimo crítico. Pero se insiste, la palabra nudo y más que la palabra, el concepto, la teoría, y el nudo de Paramillo en sí; y la correspondencia entre un nudo y otro nudo, su implicación, han sido reveladores. Hay que volver allá, hay que encontrarse con la gente, verles las caras, confrontarnos con ellos y reflexionar consigo mismo; pero también hay que sentarse a escribir, a leer y a investigar. Esto le corresponde al viajero ocasional que no que quiere por nada del mundo desaprovechar la experiencia única y que quiere crecer, que no se quiere quedar como era antes; pero debería ser concerniente para todos los agentes sociales, políticos, económicos, espirituales, etc., que quieran de verdad apropiarse de esta realidad tan compleja.

Si se piensa pues en la teoría de los nudos, debe quedar muy claro que sí hay por dónde comenzar; que la desesperanza no es el final del camino; pero también que hay que tener otra visión, otra aproximación y, en el mejor de los casos, otra forma de trabajar, de actuar directamente. También, es importante tener en cuenta que no se van a desatar los nudos, pero que sí se puede tener otra comprensión de la red y del sistema y que se puede tejer distinto, con diferentes tramas y urdimbres. También los tejidos nos enseñan, con un lenguaje de San Agustín, lo que es la unidad en la diversidad. Por último, en definitiva la gente es la que tiene que asumir su situación, uno no es más que un viandante ocasional. Pero ahí también comienzan las grandes dificultades y las exigencias.

Claro, lo más coherente no es llegar a un terrero desconocido a decir qué es lo que hay que hacer, o qué está mal puesto, en la dirección que no es. Pero veíamos, para el caso, la educación; es imperativo que los niños estudien, que sin una educación siquiera pasable, regular, no tienen futuro, eso uno se lo sabe de memoria. Pero nos chocamos contra un muro, si los muchachos van a la escuela y algo aprenden, regresan a la casa y no tienen quien les repase una lección; si se daña el camino, si llueve de manera inclemente, y por casualidad hubiera un buen libro didáctico, personalizado, ¿quién puede acompañarlos para desarrollar una guía pedagógica? Pero, además, no hay siquiera un mueble para apoyarse, algo parecido a una mesa, ni qué esperar que tengan un espacio dentro de la casi única habitación que cumple todas las funciones dentro de la llamada casa; allí tienen el fogón, las camas, los animales, los aparejos de labranza; los productos de las cosechas; a veces, los precursores químicos para procesar pasta de coca.... Los oficios y tareas son demandantes; las niñas empiezan a cocinar, a lavar, cuidar hermanitos, desde que medio se levantan y caminan; a los niños los esperan en el tajo, tienen que cortar leña, cuidar animales, cargar bultos... Los papás seguramente se doblarán del cansancio apenas cae la tarde. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Esto es una fatalidad, nada puede cambiar? ¿Para qué ocuparse de una región perdida y de una población marginada si todo el país está por reconstruir?

No nos pidan que resolvamos todas estas preguntas en una crónica de viaje. Lo que, de pronto, sí se puede adelantar es resaltar unos pocos nudos que se pueden abordar inmediatamente y que con seguridad tendrán repercusiones significativas.

El tejido humano:

Es realmente increíble, pero a veces si uno compara estas comunidades campesinas, mestizas, con las de los indígenas, les ve a estas otras menos posibilidades. Sí, es cierto que los indígenas están pobrísimos y que también están en condiciones de atraso. Pero, puede suceder, por ejemplo, que tengan más sentido para vivir, que están o tratar de estar organizados, que son significativos y están representados. No se trata de hacer enjuiciamientos, pero hay que preguntarse por la dignidad. En el cañón del Río Sucio conviven unas personas que son valiosas por sí mismas, esto ya lo sabía Kant, desde hace dos siglos; pero sus condiciones de vida no son dignas, no son respetables y ni siquiera van a ser viables, sustentables, en un plazo corto. Allí se ve en toda su dimensión el contrasentido de estar en mundo globalizado y experimentar una realidad premoderna.

En un programa totalmente convencional, si uno quisiera reconstruir el estado de cosas como si no hubiera pasado nada, seguramente también sería algo muy cuestionable. Si uno se propusiera restablecer los nexos de familia, animar una comunidad al estilo de una parroquia, como se hacía antes, como si tratara de campesinos idealizados, o de los pobres como una abstracción evangélica o hasta socialista, quién sabe si todo no estaría abocado a ser una brega estéril.

¿Por qué? Porque si bien allí se puede filmar una película, como una escenografía de hace décadas y siglos, también ellos han sufrido las guerras, el ‘desplace’ (con las palabras de ellos), los conflictos; subsisten con una economía al borde o dentro de la ilegalidad; porque los hogares ya no son como eran las familias antioqueñas tradicionales, sin decir que esto sea lo mejor; ni tampoco son como las costeñas; son remedos de familias; porque aunque muchos tengan los mismos apellidos, de manera soterrada entre ellos hay tensiones, presiones políticas, intereses económicos, miedos, toda una atmósfera que los amenaza y los desestabiliza.

Para empezar, pensamos, hay que construir civilidad; es pedir lo mínimo, autonomía e independencia, en todo. La consanguinidad sí es un soporte de la comunidad; pero ellos con la familia no se alcanzan a defender. Es necesario fortalecer acciones comunales, juntas de padres de familia, representaciones; formular proyectos de apoyo; entablar demandas y denuncias; pero con bases mucho más modernas. No sabemos bien cómo, habrá que reunirse con expertos de muchas disciplinas, investigar; habrá que hacer etnografía y mucho más; pero habría que insistir sobre todo en ponerse al día en ser ciudadanos. Esto no es una entelequia, ser ciudadanos se traduce en tener alimentos, techo, seguridad, defensa, nutrición, libros; salud, información sobre salud sexual; reconocimiento jurídico, participación en la política...

Con ellos no se va a restablecer una comunidad, esto es casi ingenuo, porque el tejido humano está débil; porque ellos no son una minoría; simplemente son ciudadanos que no cuentan, que son periferia, unos empobrecidos más. Se podría pensar, con ellos, en una sociedad civil, en una asociación de ciudadanos modernos, esto sí tiene perspectiva. Esta gente tiene derecho a lo público. Lo público no es necesariamente como una cocina para contar historias antiguas; sino que se concreta en los caminos veredales de servicio común; en los puestos de salud, en las escuelas, en un comercio legal; en préstamos bancarios; en asesorías jurídicas, en fin; pero también se asume como tener y gozar de derechos, alfabetización temprana; salud preventiva; seguridad alimentaria; intervención en la política de decisiones.

Para volver a hablar de los indígenas, es muy sintomático que haya habido un Senador de estas tierras, de San Matías, que es un embera Katío, para más señas, Gerardo Antonio Jumí Tapias[12], quien además ha cumplido a cabalidad con su dignidad parlamentaria; pero, nos preguntamos ¿quién va a ser, o cuándo va a haber siquiera un alcalde del municipio, de Ituango o de Montelíbano, nacido en la Canturrona, en la Flecha o en San Pablo? A lo sumo debe haber eso sí uno que otro guerrillero destacado; porque los paras aquí no tienen cabida y cuando han entrado sólo han dejado muerte a su paso; y esto no significa que sean mejores los unos o los otros, o que se esté haciendo apología de unos y de otros no, o que uno prefiere no tomar posición y quedar bien con todos. Todo sea dicho, si el Estado está completamente ausente, también los grupos de fuerzas ilegales, auque sí están presentes no han contribuido en nada a crear desarrollo y menos libertad. Pero la pregunta es ésta: ¿pero qué es la civilidad? ¿Los habitantes del Paramillo pueden ser considerados como ciudadanos? ¿De qué les ha servido a ellos la ciudadanía?

Desarrollo y libertad

Es algo muy paradójico, si esta gente es pobre, seguramente lo será, como dicen los orientales, como unos mendigos que piden limosna con un cuenco de oro en las manos. Porque sí son pobres, pero viven en una tierra rica. Sí son pobres y su pobreza es medible, comparable, con cifras claras, en consumo de proteínas, en visitas médicas, en número de hijos por mujer, en libros leídos por año, en esperanza de vida... Pero hay que hablar de otra pobreza imponderable. Porque se puede calcular perfectamente qué le ha faltado a un niño para que sea evaluado como desnutrido, o por debajo de la talla para su edad; pero es impredecible, en algún sentido, el futuro de esa misma personita, o también es casi una predestinación, si desde la gestación ya su mamá está descalcificada, si su cerebro no tiene un desarrollo temprano ni un sustento básico, si no aprende a leer antes de los 7, 8 años, y si además le toca una vida de maltrato y de duras obligaciones.

Para concluir, es importante distinguir entre pobreza e insignificancia. La pobreza es terrible y puede ser muy determinante; pero no conlleva necesariamente la pérdida de la dignidad. La insignificancia se alimenta de la pobreza y va más allá; impide la consolidación de toda sociedad civil y es demoledora.

En este tema hay que recurrir a los estudios de Amartya Sen, el habla de Desarrollo y libertad; de la pobreza como falta de libertades.

Para retomar el tema anterior, el del tejido humano, hay que decir que sí es necesario impulsar la economía, tener poder adquisitivo, producir, consumir. Pero qué pasa, no sólo hay que procurarse bienes y riquezas, para salir de pobres y para alcanzar el desarrollo.

Con ellos mismos lo hablamos y lo discutimos, con los moradores del lugar, una economía como la que tienen, con un sustento en la producción de la pasta de coca es ficticia. Pero no se trata sólo de hacerle eco a los discursos del gobierno, o de relacionar coca con terrorismo. Es ficticia esta economía porque no construye sociedad, porque no fortalece lo público, porque no favorece ni la independencia ni la autonomía.

La cuestión es entonces, ¿qué producir que sea mercadeable, que sea apreciado en el mercado? ¿Cómo producirlo? ¿Hay voluntad política para apoyar proyectos productivos legales, que no necesariamente sea tan lucrativos, pero que redunden en bienestar y en dignidad? Aún más, es imperativo pensar en una economía que sustente lo imponderable. La biodiversidad hay que sostenerla, porque de ésta depende la vida de todos, el alimento, pero ¿quién está interesado en sostener familias guardabosques, para que no se mueran de hambre y no tengan que depredar una selva única? ¿Quién va a subsidiar esta fábrica de agua, a los habitantes, humanos y de los otros, para que no se deterioren y se sequen el Sinú y el San Jorge? Aquí se vuelve todo más complejo y tenso; estas cuestiones sí los afectan a ellos, pero las resuelven otros. Es un asunto de política, pero también de justicia y de ética.


Educación, ética y estética:

La educación no puede ser un lujo postergable. No es sólo el asunto de la cobertura, que aquí también es grave. Cómo pretenden educar a unos niños y no pensar al mismo tiempo en una alfabetización urgente para los adultos. Es tan simple como saber que como están las cosas, si acaso, todavía les falta una generación para medio ponerse al día; pero esto no va a pasar.

La educación es un nudo del que dependen demasiados nudos y que es realmente estructural de toda la trama. Es posible animar una conversación sobre asuntos morales con analfabetas y pueden tener más autoridad ellos que quienes son letrados. Pero la reflexión ética, que ya es una discusión filosófica de las morales, requiere estudio, lectura, redacción. Lo mismo sucede con el conocimiento, ellos tienen sus saberes ancestrales, su visión del mundo, su historia; pero ¿estarán en condiciones de acercarse a un estudio sistemático, teórico, de cualquier área, o al menos a una instrucción técnica básica? ¿La asistencia a la escuela primaria, cuando la pueden concluir, les garantiza acceder a un estudio superior, al menos en un pueblo? Esto está por verse, lo que pudimos constatar es un rendimiento muy bajo en los muchachos que asisten a los grados finales de primaria, y en todos los mayores una gran dificultad para leer, también, encontramos niños pequeños, vivaces e inteligentes que seguramente no tendrán la oportunidad de desarrollar sus capacidades. Todo esto se traduce en mayor empobrecimiento, en un atraso insufrible.

Hicimos un ejercicio muy bello, ésta es la palabra. Con unas niñas de 9, 10 años, Felicia, Alba, Yorladis, leímos unas cartas de San Pablo. Porque si volvemos al propósito inicial y central del viaje, se trataba de acompañar a un sacerdote en una correría pastoral. Luego, con ellas conversamos sobre lo leído y nos propusimos redactar una nueva carta; o sea, escribir sobre lo leído. Esta nueva misiva la leyeron y la compartieron en una celebración eucarística. Se dio un paso en la catequesis, ellas se apropiaron del mensaje y lo dieron a conocer a sus familiares y amigos; pero además ellas fueron reconocidas y se celebró su entusiasmo. La carta escrita por las estudiantes de la Canturrona, en su simplicidad es una creación, es una obra estética.

Hasta aquí todo es conmovedor. Pero ¿cómo puede ser posible que el privilegio de tener acceso a la lectura, en este caso, un texto evangélico, y la oportunidad de transformar un código escrito, en otro hablado, para luego ser devuelto a la grafía, sólo les pertenezca a tres personas, entre unos cien pobladores que visitamos, en cinco o seis caseríos, en 12 días de viaje?

Esto mismo, la alfabetización, el estudio, la apropiación de textos, leídos y escuchados en público, y seguidos con los ojos en privado y en silencio, ha sido un camino recorrido por Occidente en 10 siglos; también fue la historia de los musulmanes en Andalucía; pero, concretamente en Europa, fue la condición necesaria para desarrollar la crítica, la duda, el pensamiento abstracto y el método científico. También se consiguió esta transformación de la sociedad desde los monasterios y la práctica religiosa, en la Edad Media; pero después el estudio se secularizó y la instrucción pública fue asumida como una plataforma de la civilidad y del Estado.

Nos preguntamos, entonces ¿cuánto tiempo le falta a estas poblaciones para poder ser interlocutores de los ciudadanos modernos?; para acceder a la información, al conocimiento, a la divulgación de la alta cultura; cuándo podrá haber siquiera un narrador que pase a limpio y por escrito sus historias y dolores; cuándo habrá una muchacha formada en administración que redacte un informe detallado de sus balances, que pueda planear, prever ¿Qué consecuencias les trae a ellos vivir al margen de una cultura de los libros? ¿En qué se concretan sus formas de poder si no saben siquiera leer de corrido, si dependen de la memoria para todo, si no conocen un contrato, si no pueden enfrentar una demanda, si el poder se maneja y se ejerce con caracteres gráficos?

No es sólo la lectura y el estudio. Tampoco se trata de tener la visión eurocéntrica, de que sólo hay civilización en Occidente. Pero allí realmente encontramos manifestaciones muy pobres, artesanía, creaciones propias mínimas. Como nos referíamos a los indígenas, ellos tienen una producción cultural autónoma. Estos otros, mestizos, deberían tener lo correspondiente hibridado. Pero allí todo es reciente, todo es apremiante, amenazante. No han tenido tiempo o de transmitir o de aprender técnicas y oficios. Había quien adornara las vainas de los machetes con fibras de colores; tenían uno que otro canasto. Dependen de lo que traigan del pueblo, no hay totumos procesados ni cucharas de palo, o de cacho; no hay fique, compran los costales y los aparejos, no se ve prácticamente nada que sea de auto-producción. Escuchamos sólo unos merenderos con unas guitarras y unas tonadas lejanamente parientes de las ‘vueltas antioqueñas’. Uno se imagina todo lo que se podría recrear, imaginar la gente si tuviera quien les formara en música, pintura, tejidos, talabartería, cestería, carpintería, lo que fuera. Como una curiosidad, nos llamó la atención que las fincas no tienen un nombre; también es difícil que identifiquen las cosas, los animales, las plantas a su alrededor. Están en la misma situación en que se encontraban los pueblos antioqueños, en el Siglo XIX, según Manuel Uribe Ángel, no hay herramientas, nada se produce en el sitio, no hay transformación de las materias primas, con excepción de la pasta de coca.

X. Breve epílogo

Este viaje ha sido una inmersión en un microcosmos. Pero si a esta lección temporal, limitada y a este encuentro tan sencillo, se les da la dimensión necesaria, puede convertirse en una gran lección de país. En este caso éramos un sacerdote y un civil, en un rincón del Paramillo, empapándonos de lluvias y de realidad; pero igual le puede pasar a cualquiera que ausculte el corazón de la patria.

San Juan, en unos de los textos que escuchamos y leímos con estos campesinos, avizora el ‘cielo nuevo’ y la ‘tierra nueva’. Éste es un lenguaje figurado, amén de traducido desde la mentalidad, el idioma y la gramática de los griegos. En una pastoral tradicional podría servir como una metáfora más para referirse a una redención merecida, más allá de esta vida, para quienes transformen su corazón pecador y hayan sufrido tanto como nuestros generosos anfitriones del Río Sucio.

Nosotros encontramos allí una tierra nueva, porque es casi como recién descubierta, porque es espléndida, fértil, abundosa. Es un paisaje mirífico. Aquí valdría traer las palabras de Don Juan de Castellanos, al entrar en la Sabana de Bogotá, después de traspasar el Magdalena, él lo decía en su época y nosotros podríamos retomar sus palabras literalmente para contarles cómo son estas cañadas perdidas: “Tierra buena, tierra de condición clara y serena, tierra que pone fin a nuestra pena”.

Pero ¿y el cielo nuevo? Para ellos el cielo nuevo, como cristianos, está en el encuentro definitivo con Dios, y también es la cotidianidad y lo que tienen por alcanzar entre todos, lo que desean y sueñan, lo que quisieran para sus hijos y para ellos... El cielo nuevo también, allí en San Pablo, en la Canturrona, en La Esmeralda, en La Flecha, en Santa Rosa, es posible, es alcanzable y se parece a una escuela limpia, con tablero y tizas, con sanitarios; a un puesto de salud, al agua hervida, a las vacunas para la leismaniasis; se parece a una reunión de vecinos para discutir la fundación de una gran acción comunal que reúna a las pequeñas acciones comunales de todo el cañón de Río Sucio; es como una mesa abundante llena de niños satisfechos, como los abrazos de los que se quieren de verdad...

La vida es dura, es de trabajo y de sufrimiento. La vida es la memoria de los muertos, como si estuvieran vivos y actuantes en los que siguen en pie. La vida está para ser inaugurada cada día, en esta tierra abierta y solícita, como un vientre joven, como unos pechos rebosantes de leche y miel. La vida puede ser como un cielo anticipado, si se puede transformar, si es vida para todos, y también si puede ser otra vida. Que no sea una herencia, porque los legados se aplazan y a veces nunca llegan, porque ellos saben lo que es ser desheredados; que no sea otra carga, porque han experimentado demasiadas fatigas; que no sea un destino, porque quieren, desean y se merecen otras realidades y otros bienes que no han tenido, que les han sido mezquinos, o que les han quitado por la fuerza. Quieren que la vida sea la vida, en su tierra, en su casa, con los suyos, con sus animales domésticos y su ganado, con sus montes, una vida nueva que no mengüe, que no falte, que no se apague ni que la maten, que crezca y madure; ellos quieren vivir, estar vivos, ser la vida.








Andrés Calle Noreña
Medellín, 25 de enero de 2007

La Canturrona. Límites entre Antioquia y Córdoba. Diciembre 27 de 2006

CARTA DE LOS NIÑOS Y JÓVENES DE LA CANTURRONA

Le damos gracias a Dios porque estamos aliviados.
Hemos leído unas cartas de San Pablo en esta mañana. Él dice: “Oren por nosotros y por nuestra predicación, para que Dios nos abra una puerta y así podamos anunciar el Misterio de Cristo”. Agrega: “Háganme un lugar en su corazón”, les tengo mucho cariño.
Nos sentimos orgullosos de nuestros papás y abuelos, por que ellos son trabajadores y madrugadores, se ocupan de las cosechas y han construido nuestras casas. También ellos nos enseñan a rezar, nos llevan a Misa. En ellos tenemos confianza.
Estamos contentos porque estudiamos en la escuela, con una buena maestra, ya estamos en capacidad de leer y escribir.
Queremos saludar a los niños y a los amigos de San Pablo, de la Esmeralda y de Santa Rosa, pueda ser que se encuentren bien. Les deseamos una feliz navidad.
El padre Hugo Alberto ha venido a celebrar con nosotros estas fiestas, lo felicitamos y le agradecemos. Él será el encargado de entregarles nuestro mensaje.
En medio de estos montes, con los animales salvajes y domésticos damos nuestro testimonio:
Dios es quien nos ayuda y nos da la salud, en Él ponemos nuestra confianza. Nosotros nos reconocemos hermanos en Dios y queremos, como San Pablo, ser amigos de Cristo.
Nos gustaría que vinieran a visitarnos.
Para despedirnos, les deseamos que estén bien, que Dios les de mucha vida y mucha salud.
Esperamos sus noticias.

Felicia, Alba, Yorladis










Anexos
El parque Nacional de Paramillo

Información extractada de:
http://www.cordoba.gov.co/cordoba_geografia.html
Consultada el 25 de enero de 2007

El parque Nacional de Paramillo, considerado cono uno de los más bellos de Colombia, se localiza en el extremo norte de la cordillera Occidental y comprende parte del norte del Departamento de Antioquia y del sur de Córdoba. Tiene una extensión de 460.000 hectáreas y alturas desde 100 hasta 3.960 metros.

El área corresponde al nudo llamado Paramillo o Paramillo del Sinú, en las estribaciones más septentrionales de los Andes occidentales de Colombia y la parte superior de las cuencas de los ríos Sinú y San Jorge.

La temperatura media es de unos 27°C en las menores elevaciones del parque y de unos 3 °C en la Cima del Paramillo.

Dentro de área reservada la precipitación media anual es de 2.500 mm y tiende a incrementarse con la altura, alcanzando valores mayores a los 4.000 mm entre los1.500 y 2.000 metros. La menor precipitación pluvial se presenta de enero marzo y la máxima de mayo a julio.

El Parque Natural Paramillo alberga una de las mayores concentraciones de fauna y flora nativa de norte de Suramérica. Dentro de los mamíferos más llamativos de la región figuran los siguientes: dos especies de dantas, la primera de distribución chocoana y centroamericana y la segunda de distribución andina; el oso congo, el venado y varias especies de primates –como el mico cariblanco, el mono colorado, la marteja o mico de noche, el tití blanco y la marimonda–.

En el grupo de las aves se encuentran, entre otras, paujiles o pavones, guacharacas, perdices, águila blanca, cotingas, pipirido, tiránidos, mirla negra, mieleros, azulejos montañeros y la chisga. Entre las aves endémicas se encuentran: la cotorra, la torcaza, el tominejo, el carbonero, los trepatroncos y el formicárido.

Los árboles emergentes más frecuentes son la cuipa o volador y la ceiba bonga. Entre las arbóreas figuran también el abarco o piloncillo, el ají, los caimitos, el cagui, el canime cascarillo, el caobo o cedro caobo, ardito, carra o bolao, el cedro carmín o playero, los cocos, chingalé, el chitu, el choaiba o almendro, el dormilón o cebollón amarillo, el espermo, el guaímaro, el camajón o zapato. Dentro de las palmas se hallan: la mil pesos, la barrigona y maquenque. Merecen también destacarse dos plantas endémicas del Paramillo: Espeletia occidentalis subsp. Occidentalis y Argoa pennelli.

Por qué se pierde esta guerra
Semana
21 al 28 de abril, de 2006.
www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=100510

Es perfectamente posible segar las bases del reclutamiento tanto de la guerrilla como del paramilitarismo en el campo. Creando empleo allá, sencillamente. En vez de destruirlo.

Por Antonio Caballero

Las espeluznantes revelaciones del jefe narcoparamilitar Salvatore Mancuso se vieron casi borradas en los medios de comunicación, como por arte de birlibirloque, por lo oportunos "positivos" del descubrimiento de las caletas de un narcotraficante caleño repletas de billetes y de lingotes de oro. Como suele ocurrir en este país, un crimen sirve siempre para tapar otro. Pero las dos cosas sumadas, los horrores de Mancuso y los millones de 'Chupeta', apuntan a una tercera: que así no se puede ganar la guerra contra las guerrillas de las Farc.

No se trata de un problema de voluntad política ni de capacidad militar. Todos los gobiernos de Colombia del último medio siglo han tratado de acabar con las Farc (y con los demás grupos armados subversivos) por todos los medios: con los bombardeos aéreos y con las torturas de calabozo, con el pago de recompensas, con la creación de grupos paramilitares, con los asesinatos de civiles, con el uso indiscriminado del terror. En estos cincuenta años la historia de la lucha contraguerrillera ha sido esa: persecución incesante y crecimiento constante. Pues no es cierto, como aseguran los voceros del actual gobierno, que los combates cesaran en los tiempos de Andrés Pastrana (salvo en la llamada "zona de distensión"; lo cual, por supuesto, les convino a las Farc para fortalecerse, tanto como a Pastrana le había convenido la promesa de la distensión para ser elegido presidente). Los combates no cesaron nunca. Al revés: fue Pastrana el que contrató con el gobierno norteamericano de Bill Clinton el "Plan Colombia", luego rebautizado (por los patrioteros Álvaro Uribe y George Bush) "Plan Patriota". Un plan que no ha servido tampoco para ganar la guerra, pero sí para hacer escalar su magnitud. Los logros atribuidos a la política uribista de "seguridad democrática", que consisten en la recuperación para el tránsito de las principales carreteras del país, se deben al notable aumento (del 50 por ciento) del pie de fuerza del ejército y de la policía de ese Plan que venía de antes.

Y tal vez esos logros (que me permito calificar de modestos) se puedan mantener a un muy alto costo: no sólo los auxilios norteamericanos, sino todo el producto de los recaudos de impuestos del Estado y de la feria de sus tesoros estratégicos, incluida (por presas) Ecopetrol, se van en financiar la "seguridad democrática". Tal vez sea posible sostener el ya muy largo empate técnico entre las fuerzas militares del Estado, auxiliadas por las organizaciones paramilitares, y las fuerzas armadas de la subversión. Tal vez se logren también nuevos golpes de efecto como las capturas de dirigentes intermedios de las Farc, debidamente publicitadas: la detención de 'Trinidad' por la policía ecuatoriana, el secuestro de Granda por la venezolana, el atrapamiento de la financista 'Sonia' por la DEA norteamericana. Pero de ahí a ganar la guerra hay muy largo paso.

Tal como están las cosas, derrotar a las Farc es imposible dadas tres circunstancias: la orografía enloquecida de este país de cordilleras y selvas impenetrables; los recursos inagotables que les generan las drogas ilegales a las Farc (como a todos los demás grupos narcos, de izquierda o de derecha, de buena o de mala familia); y finalmente, y sobre todo, la estructura social y económica de Colombia, y en particular del campo colombiano. Las clases dominantes de este país (los ricos, los políticos, los terratenientes, los banqueros, los ministros que negocian tratados de libre comercio y sueldos del Banco Mundial, los arzobispos) prefieren tener un campo poblado de guerrilleros y de paracos, y de raspachines de coca, a tenerlo poblado de agricultores prósperos (así sea tan necesario subvencionarlos como lo es para los agricultores europeos o norteamericanos). Les basta con unos cuantos peones para los latifundios ganaderos, y unos cuantos petiseros que les monten los caballos de paso.

Así no se puede ganar una guerra.

La orografía del país no se puede cambiar (aunque sí: esa misma guerra alimentada por el narcotráfico está talando las selvas y secando los ríos). Pero las otras dos circunstancias sí son tema de política.

El flujo inmenso de dineros del narcotráfico se puede desviar. Basta con legalizar la droga. Es un tema complejo, desde luego, al cual yo mismo, entre otros muchos, le he dedicado centenares de análisis en los últimos treinta años. Las Farc no viven sólo de la droga, por supuesto: basta con pensar en los ingentes recursos que obtienen del secuestro. Pero tanto para ellas como para otra de las pinzas de la guerra que desangra a Colombia, la pinza del paramilitarismo, los ingresos del narcotráfico son fundamentales. Y también para la fuerza pública: es por la excusa de la droga que el gobierno de los Estados Unidos, cuya población drogadicta alimenta a los paras y a los guerrilleros, mantiene sus ayudas militares al ejército colombiano.

Y es perfectamente posible, finalmente, segar las bases del reclutamiento tanto de la guerrilla como del paramilitarismo en el campo colombiano. Creando empleo allá, sencillamente. En vez de destruirlo.

Domingo 12 de noviembre de 2006
EL ESPECTADOR
Impudicias de nuestra guerra
María Emma Wills O.
El Espectador
Hace unas semanas, un reportero en un periódico de cobertura nacional reprodujo la declaración de un desmovilizado implicado en la masacre de La Gabarra.
Hace unas semanas, un reportero en un periódico de cobertura nacional reprodujo la declaración de un desmovilizado implicado en la masacre de La Gabarra. La noticia relataba cómo él y sus compañeros, luego de asesinar a varios hombres, habían descuartizado los cuerpos y usado las cabezas en un improvisado partido de fútbol. Sin proponérselo, el periodista cayó en una de las trampas de la guerra y construyó un relato que terminaba reforzando el dispositivo de los armados de deshumanizar al enemigo hasta convertir el cuerpo del adversario en un mero paquete de huesos y carnes a ser desmembrado.
La forma casual de relatar esta historia me produjo todo tipo de inquietudes sobre las complicidades no intencionales de los medios en la guerra y de paso me suscitó congojas propias. ¿Dónde estaba yo cuando estos horrores sucedieron? ¿Qué hice para denunciar estas transgresiones en los ámbitos en los que tenía algún tipo de influencia, así ella fuera mínima? De las preguntas por la responsabilidad individual pasé a interrogarme por el papel de las instituciones, sobre todo de aquellas que se precian de servir de faros espirituales de nuestra sociedad. ¿Dónde estaban cuando esta guerra se desbocó?
Muchas de esas instituciones -Iglesias, universidades, centros de pensamiento- terminaron condonando los desafueros de unos y otros bajo el argumento de que si unos actores eran crueles y desmedidos, los otros también podían serlo en la legítima defensa de su vida, honra y bienes. Avalaron el refrán de que “en la guerra todo vale”. Ante los horrores que los grupos cometían, en vez de rebatir y condenar, con su silencio, absolvieron. Su responsabilidad radica no en haber apretado el gatillo, sino en no haber condenado lo suficiente a quienes lo hacían, desacralizando el cuerpo humano y por esta vía desacralizando la vida y la muerte mismas. Las pocas voces que sí denunciaron, en lugar de contar con el apoyo de sus respectivas cofradías, terminaron dando batallas solitarias, en el exilio o asesinados.
Entre tanta desazón y confusión, los colombianos olvidamos que los límites que los actores armados se autoimponen en un conflicto no son el resultado de unos atavismos inscritos en nuestro código genético, sino que responden a circunstancias históricas y a decisiones políticas. La barbarie en la que estamos insertos no es por tanto el resultado de una supuesta esencia colombiana, sino que es producto de las estrategias que las dirigencias armadas planearon y sus subalternos aplicaron, y de lo que los otros actores colombianos dijimos o dejamos de decir, condenamos con vehemencia o excusamos explícita o implícitamente.
Por eso, hoy, frente a las fosas comunes y los cuerpos descuartizados, los colombianos y las instituciones, sobre todo las que cumplen el papel de dirigencias intelectuales y morales de este país, estamos ante a la oportunidad histórica de corregir las formas en que contribuimos a naturalizar los excesos de esta guerra. Mientras las cúpulas armadas pactan, a estas instituciones nos incumbe el papel de trazar las fronteras entre lo que es admisible moralmente y lo que nunca lo será, aun en medio de una guerra. Así como los jueces tienen la función de establecer penas en los estrados judiciales, estas otras instituciones tenemos un papel moral que jugar, dejando en claro la vergüenza, la indignación y el desconsuelo que nos embarga ante las desmesuras cometidas. Las dirigencias armadas que tomaron las decisiones tienen que oírlo una y otra vez: nada justifica los excesos que ellas ordenaron. Tal vez entonces, algún día, ellas por fin sientan profunda vergüenza, y sus hijos y sus nietos no repitan sus errores.
http://www.elespectador.com/elespectador/Secciones/Detalles.aspx?idNoticia=2114&idSeccion=25







[1] De sur a norte, la cordillera occidental se trifurca en las serranías de Abibe, Ayapel y San Jerónimo, formando una región montañosa, entre ondulada y quebrada. Hacia el sur se encuentra el Parque Natural de Paramillo, una importante reserva ecológica de Colombia que alberga una de las mayores concentraciones de fauna y flora nativa de Suramérica, y allí nacen los ríos Sinú, y San Jorge…Con dirección a la zona costera, la serranía de Abibe, que separa la llanura aluvial costera de la cuenca del Atrato, se bifurca en las sierras de El Águila y Las Palomas, para morir esta última cerca al mar en Punta Arboletes, en límites con Antioquia. El punto más elevado de la serranía de Abibe es el Alto de Carrizal [2.200 metros sobre el nivel del mar]. Otras elevaciones importantes son el Alto de Carepa [1.600 m.s.n.m.] y Alto de Quimarí [1.600 m.s.n.m.] La Serranía de Ayapel separa el río San Jorge del río Cauca y muere en territorio antioqueño. Estas dos serranías, la de Abibe al occidente y la Ayapel al oriente, sirven de límites naturales con el departamento de Antioquia. Por su parte, la serranía de San Jerónimo, la más larga, cruza por el centro del departamento y divide la gran llanura de Córdoba en los dos grandes valles del Sinú y del San Jorge, que ocupan 18.765 Kms2, casi el 80% de su extensión. Esta serranía atraviesa el departamento de Sucre y va a morir en Bolívar, en los conocidos Montes de María. Información extractada de: http://www.cordoba.gov.co/cordoba_geografia.html Consultada el 25 de enero de 2007.



[2] La información de los bosques, el clima, los suelos, ha sido extraída del Atlas de Colombia, del Instituto Agustín Codazzi. Tercera edición. 1977
[3] La más importante corriente de agua dulce del Departamento de Córdoba nace en el nudo del Paramillo (3.960 metros sobre el nivel del mar), corre de sur a norte con una longitud de más de 460 kilómetros, desembocando en la bahía de Cispata, golfo de Morrosquillo en el mar Caribe. Su hoya hidrográfica se ubica en la parte noroccidental de Colombia, entre los paralelos 7º y 9º30’ de longitud oeste, con un área total de aproximada de 13.874 Kilómetros de los cuales 12.600 pertenecen a Córdoba. En su margen izquierda tiene como afluente los ríos Verde y Esmeralda; y en la derecha el Manso, su red hidrográfica incluye quebradas y arroyos como Saiza, Tucurá, Piru, Jui, Urrá y Salvajín; los caños Betancí, Caimanera, el Deseo, y Aguas Prietas. El caudal de río varía desde 60 metros cúbicos en verano, hasta 700 metros cúbicos en invierno.
http://www.cordoba.gov.co/cordoba_geografia.html Consultada el 25 de enero de 2007.
[4] Corre de sur a norte. Nace junto al río Sinú y desemboca en el río Magdalena. Su parte alta y media pertenecen al Departamento de Córdoba en su recorrido de 368 kilómetros. Sus tributarios son los ríos San Pedro, Sucio y Uré. Registra un caudal mínimo de 24 metros cúbicos por segundo y uno máximo de 697 metros cúbicos.
http://www.cordoba.gov.co/cordoba_geografia.html Consultada el 25 de enero de 2007.
[5] Se calcula en 110.000 hectáreas la superficie permanente de las ciénagas, siendo las más importantes las de Ayapel [40.000 hectáreas], Grande de Lorica [38.000 hectáreas], Betancí [3.250 hectáreas], Martinica [2.000 hectáreas], El Arcial [2.000 hectáreas], El Porro [1.500 hectáreas], Cintura [1.000 hectáreas] y Corralito [728 hectáreas]. La longitud de los ríos del departamento es de 1.220 kilómetros.
http://www.cordoba.gov.co/cordoba_geografia.html Consultada el 25 de enero de 2007.
[6] Los ríos Sinú y San Jorge nacen en el Nudo del Paramillo, y corren paralelamente en sus primeros tramos, separados únicamente por la serranía de San Jerónimo. El río Sinú, la principal arteria fluvial con una longitud de 415 kilómetros, se desliza entre las serranías de Abibe y San Jerónimo, hasta desembocar en la zona de llanura en la Boca de Tinajones. Sus principales afluentes son los ríos Verde y Esmeralda, en la margen izquierda, y el Manso, en la margen derecha. El río San Jorge, con una extensión de 368 kilómetros, corre entre las serranías de San Jerónimo y Ayapel, para luego desembocar en el río Cauca, que a su vez tributa al Magdalena a la altura de la depresión momposina. http://www.cordoba.gov.co/cordoba_geografia.html Consultada el 25 de enero de 2007. Hay que confrontar con la cita 4, en ésta se dice que desemboca al Magdalena, la inconsistencia es de la Página de la Gobernación de Córdoba. Porque si bien es ésta una zona lacustre y este sistema de aguas vierte tanto al Cauca como al Magdalena y se desborda por temporadas, inundando la gran depresión momposina, el San Jorge desemboca al Magdalena entre Coyongal y Magangué, en el corrgimiento de Palmarito, Bolívar; sobre el Brazo de Loba. Antiguamente, cuando el brazo de Mompós era el más importante, el brazo de Loba era secundario y se consideraba que Magangué era sobre el Cauca. Hoy no es así.




[7] “Los indígenas zenúes ocupan actualmente parte de lo que fuera su territorio ancestral. Tal como lo plantean las crónicas de Indias, éste se encontraba dividido en tres grandes provincias: Finzenú, Panzenú y Zenufana. El Finzenú se localizaba en la sabana y colinas al este del río Sinú, el Panzenú entre las estribaciones de la cordillera occidental y el río Cauca, en la sabana del río San Jorge, y el Zenufana se situaba al este del Panzenú al otro lado del río Cauca. Los estudios arqueológicos realizados en los cursos bajos de los ríos Sinú y San Jorge (Plazas, y Falchetti, 1990) han demostrado no sólo la ocupación de estas regiones por parte de quienes fueron los antepasados de los zenúes, sino el absoluto control y manejo del medio lacustre y ribereño. A pesar de las frecuentes inundaciones a las que estaban sometidas las extensas áreas de ciénagas adyacentes a las sabanas, la población nativa encontraba grandes atractivos para asentarse en dicha zona debido a la gran riqueza y variedad de fauna, al igual que la fertilidad de sus suelos. Muy probablemente, mediante un proceso de experimentación, se canalizaron las aguas en forma reducida y espontánea para proteger las viviendas y beneficiar los cultivos. Paulatinamente este desarrollo tecnológico acompañado de un proceso cada vez más coherente y complejo en la organización social y política dio paso a la creación y construcción de un sistema generalizado de control de aguas. Por medio de una extensa red de canales artificiales, orientados hacia un eje mayor de drenaje localizado a lo largo del límite de las depresiones con las sabanas y atravesando de norte a sur las zonas cenagosas, las aguas se encauzaban en su búsqueda de salida al mar. Se calcula que el área cubierta por este sistema hidráulico en los cursos bajos de los ríos San Jorge y Sinú es de 500.000 y 150.000 hectáreas respectivamente y su funcionamiento perduró por espacio de 2000 años.” Jaramillo, Susana y Turbay, Sandra. Los indígenas Zenúes. TOMO IV. Geografía humana de Colombia. Región Andina Central. Volumen III © Derechos Reservados de Autor. Biblioteca Luis Ángel Arango. Consulta del 26 de enero del 2007. http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/geoco4v3/zenues.htm








[8] En la revista Semana, del 21 al 28 de enero de 2006, se hace un análisis de las siembras, se dice que en términos nacionales ha decrecido el porcentaje de los cultivos, pero señalan que si se discrimina en cada departamento, ha subido el porcentaje. Así se puede ver en el gráfico de Antioquia y en la zona que nos ocupa, en el Nudo de Paramillo; se ha pasado de tener hasta una y menos de una hectárea por kilómetro, hasta cuatro en la actualidad. “El mapa de los cultivos ilícitos era muy diferente en el 2000. Había concentraciones de cultivos inmensos en las áreas planas de unos pocos departamentos, como Putumayo, por lo que las fumigaciones eran efectivas. Esto, por la adaptación de cultivadores y narcotraficantes. Si en ese entonces los cultivos tenían un área promedio de 1.3 hectáreas, hoy miden menos de una; y en lugar de estar concentrados en 12 departamentos, hoy tienen una importante presencia en 23. También se apartaron a áreas montañosas y se mezclaron con cultivos lícitos. Este es otro dato interesante. Pues demuestra que cada vez, los cultivos son más productivos y resistentes a las fumigaciones. Una mata de coca puede tardar sólo seis meses en sacar hojas óptimas para el procesamiento de la pasta y, además, puede crecer en cualquier zona por debajo de los 800 metros al nivel del mar. Pocos cultivos lícitos tienen estas características. La imposibilidad del Estado de hacer presencia en todo el país también es determinante. Los cultivos crecen en zonas aisladas con pocas vías de penetración y rodeadas de selva que dificultan la ubicación aérea y terrestre de los cultivos, laboratorios y bodegas para las sustancias químicas. Otra constante geográfica es que los cultivos suelen estar cerca de ríos que permiten la utilización del líquido en el procesamiento y eliminación de los desechos y facilitan la entrada de sustancias químicas y otros insumos, y la salida de grandes volúmenes del producto terminado. En estas zonas, además, el cultivo de coca es una de las pocas soluciones para que los campesinos salgan de la pobreza y sobrevivan al control de los grupos armados, que hoy manejan el negocio. Según la Unodc, actualmente hay 68.600 hogares involucrados en el cultivo. Obtienen un ingreso anual promedio de 12.300 dólares. Esto ni siquiera es comparable con las ganancias que obtienen con la sustitución de cultivos y otros proyectos productivos que promueve el gobierno. Los campesinos siempre conseguirán narcotraficantes que les compren su coca, en hojas o pasta. En contraste, no tienen el éxito garantizado con la venta de sus productos sustitutivos. Los costos de transporte y el control que la guerrilla conserva en algunos de los territorios en los que viven los campesinos, hacen las producciones lícitas bastantes inestables.”
http://www.semana.com/wf_InfoSeccion.aspx?IdSec=25 Consulta del 25 de enero de 2007.
[9] Es necesario hacer una investigación exhaustiva, porque en las fuentes consultadas las cifras no coinciden, por lo menos cuando hablan de El Aro, en unas son más y en otras menos. De todas maneras por lo menos del Río Sucio no se encuentra ni una sola víctima registrada en lo que se ha leído, tampoco se habla de los asesinatos de personas de los otros cañones y de los muchos caseríos. Pero los muertos están allí, el Padre Ernesto Gómez sabe y dio testimonio de muchos de los que él mismo recogió, en camiones, entre muertos de uno y otro bando y de la población civil, por lo menos en la última década. Además es de suponer que hubo otros que no los enterraron en el pueblo o que los tiraron a los ríos, los descuartizaron, los quemaron y que ya no es posible identificar ni contar.
[10] En la revista Semana, del 21 al 28 de enero de 2007, se anota sobre El aro: 25/10-1997 Número de víctimas, 11. Cerca de 200 miembros de las ACCU incursionaron en la Inspección de Policía de El Aro, y tras sacar por la fuerza a pobladores de sus viviendas, asesinaron a 11 personas. Después de permanecer durante 5 días en la población, ejecutaron en presencia de los habitantes a un trabajador del municipio y a un comerciante. http://www.semana.com/wf_InfoSeccion.aspx?IdSec=25 Consulta del 25 de enero del 2007. en este mismo informe se habla de otras masacres en Sabanalarga y Peque. Pero éstas son después del 97, los pobladores del río Sucio hablaron de un ‘desplace’ en el 94 y de otro en el 2001. Queda mucha información por averiguar y por confrontar. Hay anotados ataques de la Guerrilla de las FARC a Valdivia, en el 2005
[11] Por Glemis Mogollón Vergara. Las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) causaron la muerte de 19 campesinos en los corregimientos El Aro y La Granja, de Ituango, en dos hechos ocurridos entre 1996 y 1997.Ese grupo quemó casas, robó 1.200 cabezas de ganado y desplazó a unas 1.200 personas. Pero, para la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, el Estado también es responsable por desproteger a las víctimas de esos ataques. Ayer (julio 27 de 2006) se conoció la sentencia, con fecha del primero de julio, en la que la Corte pidió para 123 familiares de las víctimas una indemnización de 1'426.000 dólares (unos 3.400 millones de pesos). Tomado de Ituango Tierra de Paz. Viernes, julio 28 de 2006. Consulta del 16 de enero de 2007.
ITUANGOTIERRADEPAZ@HOTMAIL.COM
http://ituango.blogspot.com/2006/07/condendo-el-estado-colombiano-por.html
http://www.derechoshumanos.gov.co/observatorio/04_publicaciones/04_03_regiones/nudo_paramillo/nudo_de_paramillo.pdf
[12] Gerardo Antonio Jumí Tapias. Nacimiento: Taraza Antioquia, 1.968. Licenciado en Ciencias Sociales, Universidad Pontifica Bolivariana. Miembro de la ASI. Secretario y Presidente de la Organización Indígena de Antioquia –OIA-. Diputado Asamblea Departamental Antioquia. Miembro Comisión Quinta Senado. Partido: Polo Democrático Alternativo. Redacción Actualidad Étnica. Bogotá, marzo 9 de 2006.
http://www.etniasdecolombia.org/actualidadetnica/detalle.asp?cid=3274
Consultado el 16 de enero de 2006