Monseñor Ricardo, celebramos de corazón su llegada, nos interpeló con su primera carta pastoral. En realidad, entra un aire nuevo a esta Iglesia local. En su discurso de posesión resaltan palabras inusuales en un jerarca de la Iglesia, como: libertad y alegría, amor y verdad. Queremos decirle con sinceridad que tenemos muchas esperanzas, que ya es un signo su presencia; porque sabemos de su trayectoria, de su inteligencia y bondad. Es usted un digno sucesor de Monseñor Alberto, quien tenía un gran compromiso social y con la paz. Con mucho respeto, queremos decirle que ya no esperamos príncipes. El título de Pastor es entrañable; pero valdría discutir estas imágenes que aluden a una figura paterna, porque es importante que las personas se sientan tratadas como adultos, y no sólo como hijos dependientes. Resaltamos que usted habló de fraternidad. En este sentido, la Iglesia tiene su propio ámbito de acción, y está bien que en su seno todos se sientan hermanos; pero así mismo hay que estar abiertos al sentido de la ciudadanía. La ciudadanía desborda las comunidades, las familias, y es mucho más compleja. La Iglesia también puede fortalecer lo público. No podemos darle la espalda a la modernidad y a la democracia. En muchos casos habrá que hablar de mínimos de ética, antes que de práctica de la religión. Usted en el área metropolitana, como también lo mencionó, va a encontrar una población con dolores grandes, con desgarramientos. Cuando salga de la catedral lo van a esperar, entre otros, miles de desplazados de todos los pueblos de Antioquia y de algunos departamentos cercanos; va a enfrentar a los reinsertados de tantas violencias; a los milicianos; a los desempleados; a muchas madres cabeza de familia, a estudiantes, a obreros… La acción eclesial es muy decisiva y se ha destacado en el servicio y en la defensa de los más pobres; pero aquí hay que comenzar por reconstruir el tejido social. Como Usted lo dijo, seguramente sobreabundará la gracia. Pero la gente quiere que la acompañen en sus procesos así no estén dentro de la vida eclesial. Usted también ya se probó en el Oriente antioqueño con situaciones muy duras y tiene que aprovechar esta experiencia. Cuando la Iglesia se decide a trabajar por la justicia, como lo manda el Evangelio, no tiene tiempo para preocuparse por los ataques que le hagan los detractores. Monseñor, con mucha consideración le pedimos que vuelvan a repasar la Conferencia de Medellín de 1968, ésta tiene enorme vigencia para leer la realidad de su Arquidiócesis. Usted expresó que quería ir más allá de la denuncia. Eso está bien, pero qué necesaria es la voz profética. Nos da mucha confianza su formación intelectual y su sensibilidad por el arte. Usted puede ser un gran interlocutor de la academia y la cultura. En la ceremonia del sábado, como debe ser la costumbre, algo que parece del pasado, a Usted lo recibió en primer plano la representación de una Iglesia muy envejecida, tradicional, y en la que sólo llagaban, al final, dos mujeres casi disminuidas. Hacemos votos para que Usted robustezca la vida eclesial, para que aliente el testimonio, la coherencia de los cristianos y convoque a todos, así no sean fieles observantes; y quiera Dios que después de muchos años, salgan a despedirlo los laicos, las mujeres, los pobres y que todos estén acompañados por sacerdotes y religiosas que sean verdaderos apóstoles. Que su paso por la Arquidiócesis sea fermento y levadura y que sea para todos una bendición.
Con admiración, vivo afecto y devoción,
Andrés Calle Noreña
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