Presentación del libro en el Edificio del Paraninfo de la Universidad de Antioquia, Plazuela de San Ignacio, el 2 de julio de 2009.
Por: Javier Domínguez Hernández, del Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia.
Me llamó mucho la atención el título de este libro, Palabras de pan duro. Sobre ética, semiótica y política, pues no me resultaba fácil reconocer la asociación entre su título, nada académico, y el subtítulo, completamente académico, ya que ética, semiótica y política son conceptos disciplinarios plenamente establecidos en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, que sólo se cultivan en la burbuja del campus universitario. Por fortuna, el último capítulo del libro, Regalos de pan duro. Una conversación con Job, nuestro contemporáneo (217-229), dio la clave para tal asociación. Se trata de las preguntas de la propia vida, planteadas y desarrolladas en los discursos habituales del diálogo académico. Job es el modelo, porque sus alegatos con Dios nacían del dolor y la injusticia que marcaron su vida, inicialmente acogida en la familia y el bienestar, luego agobiada por la ruina, la enfermedad y la exclusión, y finalmente resarcida en el seno de los suyos, pero ya con una sabiduría contenida y sin fatalidades. Quizá también es así el profesor entre sus estudiantes: tiene que quejarse, disertar y acusar, pero tiene un gran peso a su favor, si las preguntas provienen del propio sufrimiento, de los propios interrogantes. Cuando esto no ocurre, el profesor quizá logre el brillo de un expositor versado, pero difícilmente llega a ser el maestro que aprende y deja aprender en el trato con los estudiantes. En los capítulos del libro, la experiencia vital y de maestro que personifica Andrés, está presente en la frecuente puesta a prueba de la objetividad y discursividad de las teorías, con frases o pensamientos de la religión, las tradiciones culturales y populares, y en el tono coloquial en la manera de disertar sobre los asuntos. Igual que Job, Sócrates pudiera ser el interlocutor para ver en el pan duro, no sólo la dureza de la vida para ganárselo, sino también el regalo que da satisfacerse con su consumo. Con “palabras de pan duro”, si no me equivoco, lo que Andrés quiere con su libro es lograr palabras, planteamientos, que sea pan para la vida, pero pan amasado por las experiencias de la vida misma, pan duro, pero pan que reconforta y nutre.
La semiótica, la ética y la política. Aristóteles reconoció en el hecho de que el hombre tenga logos, lenguaje, que sea un animal político, y así como la política era la manera de organizar y regir la ciudad-estado, para lograr la vida buena, la ética era la consecución de este mismo fin a nivel individual, entre la familia, los amigos y los cercanos. No puedo separar esta antigua preocupación político-intelectual con la temática que Andrés aborda bajo estas tres palabras clave: semiótica, ética y política. La semiótica es el mundo del sentido que se esclarece en la interlocución, y a esa naturaleza pertenecen la ética y la política, que no son fundamentalmente normativas, sino básicamente consensuales para proponer, sobre los entendimientos, normas básicas de convivencia, si no feliz, al menos pacífica y digna. Y agregaría lo siguiente, la frecuencia con que aparece en los artículos del libro de Andrés la inquietud por la estética, no es más que la manera más humana de convivir lo mejor posible, la convivencia en sociabilidad. Asociamos casi que automáticamente la estética con el arte, pero la asociación fundamental que deberíamos hacer es la de la estética con la sensibilidad en la sociabilidad. Para vivir en sociedad, que es algo tan abstracto, se necesita la normativa de la legalidad; para vivir en sociabilidad, que es la vida del día a día, se necesita la estética, las formas del gusto, las buenas maneras. Kant, quien profundizó tanto en la naturaleza del gusto y de lo estético, puso desde el principio el lugar del gusto en la sociabilidad, en el hecho de que vivimos unos con otros, e igualmente, a pesar de que se esmeró tanto en no confundir lo estético con lo moral, -uno no puede decir que no se hace criminal por razones estéticas-, en la pragmática de su Antropología llamó el gusto la “moralidad en lo externo”.
Creo que se pueden asociar los temas del libro con la naturaleza fundamentalmente ética de la estética para la vida en sociabilidad, y como aquí se trata de su presentación y no de una reseña, permítanme referirme sólo a tres temas. 1) A la vida moderna le pertenecen las inquietudes sobre la religión, como aparece en el capítulo De ataduras y razones (11-19), pues aunque el proyecto moderno clásico se presentó como una crítica a la religión, que en su organización institucional era la gran representante del poder autoritario de la tradición, y mantenía la mentalidad de los fieles en la actitud mítica de la “minoría de edad”, punto que sigue atacando Bertrand Russel, la sacrosanta legalidad de los estados modernos no ha cambiado la naturaleza insocial del hombre. Esta insociabilidad atávica se somete más al temor de lo sobrenatural, otro temor atávico, que a los discursos de la racionalidad y la institucionalidad. Por tanto, el abandono de la religión no favorece automáticamente la legalidad, ni la moralidad, y su abandono en la cultura moderna es más una espina en el ojo que un bálsamo. 2) El hombre ante el espejo vacío (21-80). Es el capítulo más extenso del libro y desarrolla una problemática cercana al capítulo anterior. Me gusta que Andrés hable de “la transición del pensamiento” de las tradiciones plásticas figurativas al pensamiento abstracto, pues se trata efectivamente de una transición de un modo de pensar a otro modo de pensar, y no de un abandono del mito y de la imagen, donde no se piensa, a donde sí se piensa, a la prosa de la racionalidad pura. Este es uno de los grandes prejuicios de la modernidad, y una de las piedras con las que más se tropieza: o el mito de la tradición, o la norma universal. Muchas éticas antiguas han sido preponderantemente éticas del gusto y no éticas normativas, porque los tabúes regulativos estaban representados en imágenes y narraciones, y no en preceptos lapidarios, y cuando en esas culturas no existían castas sacerdotales que monopolizaban la interpretación de las imágenes y los mitos, cada quien en su pequeño clan o grupo familiar debía hacerse su propio juicio en la situación concreta. El método era la malicia o la astucia, la competencia no provenía de la escuela sino del pragmatismo que enseña la vida cotidiana. ¿Nos ha hecho la racionalidad discursiva más morales? La respuesta es negativa, pues no somos seres racionales puros sino racionalidades sensibles, racionalidades estéticas que no podemos descartar la imagen y el mito, no porque son una fatalidad, sino un origen. Con los orígenes siempre sigue habiendo posibilidad de reinicio, la racionalidad prosaica siempre tiene la posibilidad de refrescarse en ellos, de redescubrir para bien o para mal su individualidad y su subjetividad, que es con la que debe lidiar. 3) Anotaciones para una metodología de las memorias (187-215). La metáfora del vidrio, que no se quiebra ni con el primer golpe ni con el más fuerte, sino con el golpe más impredecible, pues su resistencia está en su memoria natural, es una analogía afortunada para la reflexión que Andrés hace sobre nuestra memoria, lo que debiera ser nuestra fortaleza, ante las situaciones y las historias colombianas. Pienso que es el capítulo más propositivo para la formación de lo público, una de las falencias más desafortunadas en nuestra mentalidad de colombianos. La memoria en las culturas, en los lenguajes, en la política, en la ética, en la estética, para lo cual Andrés propone una metodología y un pedagogía, redunda en la memoria decantada y con valores que permiten la crítica y la respuesta sabia y oportuna, la memoria que es la madre de la experiencia, como lo indicó Aristóteles. Esta es memoria para el futuro, que es lo que necesitamos, no memoria de registro mediático, sólo para el instante.
El gran mérito del libro de Andrés lo veo en que tercia con competencia en estos temas tan importantes en la vida universitaria y en la vida pública, pues como en todo lo humano, tenemos que hablar para pensar, una y otra vez. El pensamiento es el ámbito libre y crítico donde nadie tiene la última palabra, y todos estamos convocados a la palabra. El libro de Andrés espera en este sentido lectores interlocutores.
Calle Noreña, Andrés. Palabras de pan duro. Sobre ética, semiótica y política. Manizales, Universidad de Manizales, Hoyos Editores, 2007.
Medellín, 2 de julio de 2009
Por: Javier Domínguez Hernández, del Instituto de Filosofía, Universidad de Antioquia.
Me llamó mucho la atención el título de este libro, Palabras de pan duro. Sobre ética, semiótica y política, pues no me resultaba fácil reconocer la asociación entre su título, nada académico, y el subtítulo, completamente académico, ya que ética, semiótica y política son conceptos disciplinarios plenamente establecidos en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, que sólo se cultivan en la burbuja del campus universitario. Por fortuna, el último capítulo del libro, Regalos de pan duro. Una conversación con Job, nuestro contemporáneo (217-229), dio la clave para tal asociación. Se trata de las preguntas de la propia vida, planteadas y desarrolladas en los discursos habituales del diálogo académico. Job es el modelo, porque sus alegatos con Dios nacían del dolor y la injusticia que marcaron su vida, inicialmente acogida en la familia y el bienestar, luego agobiada por la ruina, la enfermedad y la exclusión, y finalmente resarcida en el seno de los suyos, pero ya con una sabiduría contenida y sin fatalidades. Quizá también es así el profesor entre sus estudiantes: tiene que quejarse, disertar y acusar, pero tiene un gran peso a su favor, si las preguntas provienen del propio sufrimiento, de los propios interrogantes. Cuando esto no ocurre, el profesor quizá logre el brillo de un expositor versado, pero difícilmente llega a ser el maestro que aprende y deja aprender en el trato con los estudiantes. En los capítulos del libro, la experiencia vital y de maestro que personifica Andrés, está presente en la frecuente puesta a prueba de la objetividad y discursividad de las teorías, con frases o pensamientos de la religión, las tradiciones culturales y populares, y en el tono coloquial en la manera de disertar sobre los asuntos. Igual que Job, Sócrates pudiera ser el interlocutor para ver en el pan duro, no sólo la dureza de la vida para ganárselo, sino también el regalo que da satisfacerse con su consumo. Con “palabras de pan duro”, si no me equivoco, lo que Andrés quiere con su libro es lograr palabras, planteamientos, que sea pan para la vida, pero pan amasado por las experiencias de la vida misma, pan duro, pero pan que reconforta y nutre.
La semiótica, la ética y la política. Aristóteles reconoció en el hecho de que el hombre tenga logos, lenguaje, que sea un animal político, y así como la política era la manera de organizar y regir la ciudad-estado, para lograr la vida buena, la ética era la consecución de este mismo fin a nivel individual, entre la familia, los amigos y los cercanos. No puedo separar esta antigua preocupación político-intelectual con la temática que Andrés aborda bajo estas tres palabras clave: semiótica, ética y política. La semiótica es el mundo del sentido que se esclarece en la interlocución, y a esa naturaleza pertenecen la ética y la política, que no son fundamentalmente normativas, sino básicamente consensuales para proponer, sobre los entendimientos, normas básicas de convivencia, si no feliz, al menos pacífica y digna. Y agregaría lo siguiente, la frecuencia con que aparece en los artículos del libro de Andrés la inquietud por la estética, no es más que la manera más humana de convivir lo mejor posible, la convivencia en sociabilidad. Asociamos casi que automáticamente la estética con el arte, pero la asociación fundamental que deberíamos hacer es la de la estética con la sensibilidad en la sociabilidad. Para vivir en sociedad, que es algo tan abstracto, se necesita la normativa de la legalidad; para vivir en sociabilidad, que es la vida del día a día, se necesita la estética, las formas del gusto, las buenas maneras. Kant, quien profundizó tanto en la naturaleza del gusto y de lo estético, puso desde el principio el lugar del gusto en la sociabilidad, en el hecho de que vivimos unos con otros, e igualmente, a pesar de que se esmeró tanto en no confundir lo estético con lo moral, -uno no puede decir que no se hace criminal por razones estéticas-, en la pragmática de su Antropología llamó el gusto la “moralidad en lo externo”.
Creo que se pueden asociar los temas del libro con la naturaleza fundamentalmente ética de la estética para la vida en sociabilidad, y como aquí se trata de su presentación y no de una reseña, permítanme referirme sólo a tres temas. 1) A la vida moderna le pertenecen las inquietudes sobre la religión, como aparece en el capítulo De ataduras y razones (11-19), pues aunque el proyecto moderno clásico se presentó como una crítica a la religión, que en su organización institucional era la gran representante del poder autoritario de la tradición, y mantenía la mentalidad de los fieles en la actitud mítica de la “minoría de edad”, punto que sigue atacando Bertrand Russel, la sacrosanta legalidad de los estados modernos no ha cambiado la naturaleza insocial del hombre. Esta insociabilidad atávica se somete más al temor de lo sobrenatural, otro temor atávico, que a los discursos de la racionalidad y la institucionalidad. Por tanto, el abandono de la religión no favorece automáticamente la legalidad, ni la moralidad, y su abandono en la cultura moderna es más una espina en el ojo que un bálsamo. 2) El hombre ante el espejo vacío (21-80). Es el capítulo más extenso del libro y desarrolla una problemática cercana al capítulo anterior. Me gusta que Andrés hable de “la transición del pensamiento” de las tradiciones plásticas figurativas al pensamiento abstracto, pues se trata efectivamente de una transición de un modo de pensar a otro modo de pensar, y no de un abandono del mito y de la imagen, donde no se piensa, a donde sí se piensa, a la prosa de la racionalidad pura. Este es uno de los grandes prejuicios de la modernidad, y una de las piedras con las que más se tropieza: o el mito de la tradición, o la norma universal. Muchas éticas antiguas han sido preponderantemente éticas del gusto y no éticas normativas, porque los tabúes regulativos estaban representados en imágenes y narraciones, y no en preceptos lapidarios, y cuando en esas culturas no existían castas sacerdotales que monopolizaban la interpretación de las imágenes y los mitos, cada quien en su pequeño clan o grupo familiar debía hacerse su propio juicio en la situación concreta. El método era la malicia o la astucia, la competencia no provenía de la escuela sino del pragmatismo que enseña la vida cotidiana. ¿Nos ha hecho la racionalidad discursiva más morales? La respuesta es negativa, pues no somos seres racionales puros sino racionalidades sensibles, racionalidades estéticas que no podemos descartar la imagen y el mito, no porque son una fatalidad, sino un origen. Con los orígenes siempre sigue habiendo posibilidad de reinicio, la racionalidad prosaica siempre tiene la posibilidad de refrescarse en ellos, de redescubrir para bien o para mal su individualidad y su subjetividad, que es con la que debe lidiar. 3) Anotaciones para una metodología de las memorias (187-215). La metáfora del vidrio, que no se quiebra ni con el primer golpe ni con el más fuerte, sino con el golpe más impredecible, pues su resistencia está en su memoria natural, es una analogía afortunada para la reflexión que Andrés hace sobre nuestra memoria, lo que debiera ser nuestra fortaleza, ante las situaciones y las historias colombianas. Pienso que es el capítulo más propositivo para la formación de lo público, una de las falencias más desafortunadas en nuestra mentalidad de colombianos. La memoria en las culturas, en los lenguajes, en la política, en la ética, en la estética, para lo cual Andrés propone una metodología y un pedagogía, redunda en la memoria decantada y con valores que permiten la crítica y la respuesta sabia y oportuna, la memoria que es la madre de la experiencia, como lo indicó Aristóteles. Esta es memoria para el futuro, que es lo que necesitamos, no memoria de registro mediático, sólo para el instante.
El gran mérito del libro de Andrés lo veo en que tercia con competencia en estos temas tan importantes en la vida universitaria y en la vida pública, pues como en todo lo humano, tenemos que hablar para pensar, una y otra vez. El pensamiento es el ámbito libre y crítico donde nadie tiene la última palabra, y todos estamos convocados a la palabra. El libro de Andrés espera en este sentido lectores interlocutores.
Calle Noreña, Andrés. Palabras de pan duro. Sobre ética, semiótica y política. Manizales, Universidad de Manizales, Hoyos Editores, 2007.
Medellín, 2 de julio de 2009
El libro puede adquirirse en la Librería Interuniversitaria, Director Juan Fernando Orozco, Paraninfo de la Universidad de Antioquia, Plazuela de San Ignacio, Medellín. O en la las Librerías Nacional, de Madellín y de otras ciudades.
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