viernes, 16 de octubre de 2009

la riqueza de una palabra, Atabanza, del muisca

Propongo la palabra Atabanza


Nota: me tomo la libertad de traer una nota de otro blog, de Daniel Alejandro Castelblanco, para proponerles un nuevo colombianismo y para reencontrarnos con el pasado muisca, para tratar de construir un presente de atabanzas.


Él habla con propiedad de los significados y grafía de la palabra muy colombiana (que no sabía su origen), atarbán. Pues según lo que leo deberíamos hacerles justicia a los muiscas y adoptar el adjetivo atabanza, o también el sustantivo, como Señor de las dádivas, el que no se queda con lo que le han donado. Un mundo de atabanzas sería vivible y deseable y dignamente humano, o humanitario, como dice Nicolás Buenaventura.

Para toda la gente atabanza que conozco y que no conozco va mi saludo y mis respetos, porque los atabanzas hacen habitable el mundo y renuevan el corazón.
Atte. Andrés Calle Noreña


Sábado 25 de octubre de 2008

http://www.blogger.com/profile/10463981423060146848

Daniel Alejandro Castelblanco

SE HABLA ESPAÑOL: El dispar caso del atarbán y la marchanta

A pesar de que el artículo 10 de los Principios Fundamentales de la Constitución política señala que “el castellano es el idioma oficial de Colombia”, y muy a pesar de que Juanes haya adoptado el lema “se habla español” como su consigna publicitaria, me atrevo a decir que el español no es tan español como nos han querido hacer creer, pues en el país ibérico conviven lenguas tan disímiles como el fala, el castúo, el aranés, aragonés, bable, caló, valenciano, gallego, catalán y euskera, y que esa lengua que llamamos castellana no es una esencia, sino un crisol minado por cientos de vocablos provenientes de otras lenguas que testimonian los viajes del idioma y la adopción que este ha hecho de innumerables legados lingüísticos a través de los años.
Tal es el caso de los cientos de palabras árabes que conforman la lengua castellana y que son producto de los ocho siglos de ocupación musulmana en la península ibérica; no ha de parecer extraño, entonces, que cientos de palabras de uso cotidiano como alcohol, zaguán, alacena, almohada, joroba, jinete, talco, hazaña, embarazo, real, maroma, zaque, rehén, tarea, babucha y zoquete; alimentos como café, ajonjolí, zanahoria, aceite, toronja, acelga, limón, lima y tamarindo; animales como alacrán, jirafa o jabalí; objetos como taza, valija, mameluco o máscara; bebidas como sorbete, jarabe y elíxir; instrumentos musicales como la guitarra, el tambor y la matraca; deseos que invocan a dios como ojalá, y expresiones tan habituales como hola, mamola y ¡hala! tengan un sonido tan árabe: si nos detuviéramos a escuchar una conversación ajena tratando de no entender lo que se dice y si sólo prestásemos atención a la música de los sonidos, verificaríamos el carácter netamente árabe de la lengua que hablamos.
La historia del idioma es una historia de ocupaciones bárbaras, derramamientos de sangre y triunfos que perduran más allá de las atalayas y los muros derrumbados o superpuestos. Tanto es así, que cuando los españoles arribaron a las tierras de lo que consideraron ser el Nuevo Mundo, sólo se les ocurrió imponer su lengua y religión. Y aunque con sus arcabuces y cruces asesinaron grupos humanos enteros, no pudieron extinguir la flama del verbo, pues gran parte de las palabras indígenas les sobrevivieron y hoy día hacen parte fundamental de las conversaciones que sostenemos. Sin ellas, muy difícil nos sería nombrar y señalar las realidades de la América mestiza.
Y Aunque el Tribunal de la Santa Inquisición requirió de los indígenas que olvidaran su lengua y hablasen correcto latín, y aunque el fuego fanático convirtió en humo varios siglos de sabiduría recogida en códices, y nudos parlantes o kipus, hoy por hoy los aportes de esas lenguas ancestrales son indispensables para nombrar la realidad fraguada por los siglos.
De las tierras mesoamericanas fueron adoptadas las plantas y sus respectivos nombres en lengua náhuatl, como Xocoatl (xoco = amargo y atl = agua), awacatl y cacawatl.
De las culturas pertenecientes a la familia lingüística arawak palabras como cacique, bohío, barbacoa, hamaca, canoa, yuca, tabaco, guayaba y huracán; de la lengua quechua o runasimi los nombres de la alpaca, el wakamayu y el del árbol de kawchu; de la lengua karib palabras como papaya, bejuco, macana y arepa. Del taíno maní y kaimán, y de procedencia indígena incierta, los nombres del tucán, el maracuyá y el tiburón.
La palabra atarbán es usada como adjetivo en gran parte de Colombia para calificar a una persona de bruscos modales u ordinaria. Y aunque su significado es del dominio público y casi cualquiera sabría usarla, esta palabra de origen muisca no aparece ni en el famoso Diccionario Larousse Ilustrado 2008, ni en la última edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, como tampoco figura en varios diccionarios de colombianismos ni de terminología local.
Es por esta razón que no existe una grafía definida para esta palabra, pues al no ser reconocida por los grandes doctores de la lengua como una palabra oficial del vocabulario, puede escribirse como se quiera: atarvan o atarban.
La palabra –que yo prefiero escribir con b y tilde en la última sílaba- procede del muysqubun (la lengua de la gente (ESCRIBANO, 16)) y su primer origen está en Atabanza, el Señor de las dádivas.
Atabanza es un término compuesto por los vocablos ATA – BAN y ZHA, que discriminaré así:
ATA representa el número uno, según la Disertación sobre el calendario de los muyscas, indios naturales de este Nuevo Reino de Granada, compuesta por el cura José Domingo Duquesne de la Madrid, quien estuvo a cargo de la iglesia de Gachancipá durante la segunda mitad del siglo XVIII. ATA es el número uno, pero es también símbolo de la unidad, del todo y del cosmos, así como sinónimo de los bienes.
La raíz TA, lingüísticamente “forma en la Lengua Muisca muchos verbos compuestos en los cuales implícitamente está incluido el sentido DONAR (…)” (ESCRIBANO, 36)
ZHA significa sin nada o noche (REYES, 44)
Así, ATABAN – ZHA viene a significar generoso o liberal. Mariana Escribano aclara que ataban-zha es aquél que “no retiene lo donado” (37)
Si al término ATABAN-ZHA se le resta el sufijo de negación ZHA, éste queda así:
ATABAN = avaro “porque retiene lo donado” (37)
Con el paso de los años, y muy a pesar de la imposición de la lengua de ibérica de Castilla, Atabán siguió usándose para calificar a los mezquinos y roñosos. Sin duda los indígenas llamaban atabán a los españoles, sin que estos se dieran por enterados.
Así transcurrieron cinco siglos y sólo el fonema /r/ fue añadido al término, seguramente para articular las dos sílabas y hacerlo más fácil de pronunciar.
Hoy día atarbán, más que avaro, significa patán y es sinónimo guache, otro vocablo de origen muisca. En el Diccionario de Bogotanismos aparece como Atarban: Mequetrefe; chisgarabís; vagabundo; y en el Lexicón de colombianismos como Atarván: Pícaro, oportunista.
Disparejo es el caso de la palabra marchanta, que se emplea también como adjetivo despectivo para referirse a una mujer ordinaria cuya forma de hablar denota su falta de estudio y pulcritud.
De uso difundido en Latinoamérica, especialmente en la región del Caribe, la palabra marchanta se aplica a las mujeres que como verduleras vociferan, alegan o discuten airadas con enérgico batir de cabellos y brazos.
En efecto, marchanta proviene del francés marchand; comerciante, mercader, negociante o vendedor.
Es muy posible que los menesteres propios del oficio, que incluyen los aspavientos y manoteos de quien procura atraer los clientes hacia su puesto en la plaza de mercado local, hayan conducido a la asociación de la palabra con la gritería y la alharaca.
Como se ve, resulta temerario afirmar que “se habla español”, pues ni los españoles mismos lo hacen: la lengua que nos legaron los hombres y mujeres colombianos del siglo XX es una amalgama del acero toledano y las alquimias mozárabes; de las sangres karib y arawak; chibcha y maya; kechua y aymará; guaraní y araucana, mezcladas impúdicamente con tantas otras lenguas que harían obscena su orgiástica descripción. Las lenguas contemporáneas dan fe de la globalización: en una breve conversación de buseta fácilmente pueden cruzarse palabras latinas y muiscas, germanas, árabes y cumanagotas.
No hay purismos que justifiquen el nacionalismo. Nuestra esencia es el cambio.

ACUÑA, Luis Alberto. Diccionario de bogotanismos. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica: Bogotá, 1983.

ALARIO DI FILIPPO, Mario. Lexicón de colombianismos. Banco de la República. Biblioteca Luis Ángel Arango: Bogotá, 1983.

ESCRIBANO, Mariana. Investigaciones semiológicas sobre la lengua chibcha o muisca. Universidad de París 7: París, 1991.

IBARRA GRASSO, Dick Edgar. Lenguas indígenas americanas. Nova: Buenos Aires, 1958.

REYES MANOSALVA, Eutimio. Patronimia y toponimia chibcha. Apellidos y nombres de lugares de Boyacá, Cundinamarca, Meta, Casanare, Arauca y provincias guanes chibchas de Santander. Muysca: Tunja, 2007.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Que interesante, es común que de las palabras de origen pre-hispánico que sobrevivieron o se incorporaron en el nuevo lenguaje, hayan sido premeditamente resignificadas de manera peyorativa. Hace parte del ejercicio de la dominación y del borrar culturas, para empoderar a los conquistadores.

Unknown dijo...

Muy interesante. Es bueno conocer nuestra cultura a fondo para lograr identificarnos como lo que somos. Claro además de que somos una gran mezcla genética en Colombia, tenemos un mar de palabras provenientes de diversas culturas. En todo sentido tenemos una gran "biodiversidad". Una amiga peruana me corregía cuando yo decía que hablamos Español. Ella me decía que realmente hablamos Castellano. Gracias Andrés.